martes, 14 de diciembre de 2010

“Nací para tragarme la vida”/ Entrevista a Héctor Gaitán




Un hombre de hierro, un tipo curioso y memorable, ese es el historiador Héctor Gaitán.


Por Juan Carlos Lemus

A sus 70 años, ya padeció los golpes que, según dicen, son los más graves que puede sufrir un ser humano: la muerte de la madre, el padre, la esposa y de un hijo. Su ameno puño literario goza de buena fama. Evidencia de ello son sus siete tomos de La calle donde tú vives y sus otros 16 libros relativos a las memorias del siglo XX de Guatemala, incluidas historias de fusilamientos, presidentes y otros temas igual de tenebrosos, todos escritos con gran sabor local.
Sus conocimientos sobre historias de espantos harían suponer que Gaitán es un abuelo con pantuflas y gorrito, que se sienta con sus nietos al calor de una hoguera y les relata historias de la Siguanaba. Su aspecto bonachón y sus 250 libras así lo reafirmarían, pero bajo su blandura hay un hombre de hierro. Adentro tiene una estructura emocional hecha de varillas de acero. Gaitán es el tipo de optimista con los pies bien puestos sobre la tierra. Posee extraordinaria bondad, pues la vida se ha encargado de moldearlo, durante 70 años, a fuerza de golpes, cárcel, decepciones políticas y sus propias fobias al imperialismo yanqui. Así es, no hablamos de un gordito inofensivo, sino de un intelectual templado, que tuvo una juventud aguerrida, que se formó académicamente en Guatemala, México y Estados Unidos, y que posee la memoria social y antropológica del país del siglo XX. Un académico muy serio, pero eso sí, de gran simpatía. A quien quiera informarse de Guatemala y sus personajes, le recomendamos que lea sus siete tomos de La calle donde tú vives (Artemis Edinter).
Jamás disparó armas, pero se involucró en una célula guerrillera urbana que repartía propaganda subversiva. A principios de la década de 1970 fue capturado en una balacera, y fue puesto preso. Salió al exilio en México, país en el que sobrevivió 10 años vendiendo libros y platería.
Conversamos para esta entrevista una tarde del recién pasado noviembre, en el parque central del Centro Histórico, en medio de un viento helado y toldos de la feria del libro que se caían detrás de nosotros. Nos reímos de las paradojas de su vida; la primera de ellas, que aquel antiimperialista estudió periodismo en Estados Unidos. La segunda, la más significativa, que actualmente puede ver gracias a que le fue implantada la córnea de un gringo muerto —iba a quedar ciego, pero en el Comité de Pro Ciegos y Sordos hicieron un buen trabajo—.
Este es el autor de libros y audiolibros de espantos y aparecidos, un hombre curioso y memorable que nació a manos de una comadrona, —después de que su madre perdiera cinco hijos— en su casa ubicada en el primer callejón urbano que hubo en la ciudad, allá por el estadio, en 1939. Al igual que Pedro Calderón de la Barca, cree que la vida es un sueño.

¿Cómo conoció y se despidió de su esposa?

La conocí en el atrio de la Recolección. Nos casamos siendo muy patojos, yo tenía 20 y Esperancita 17 ó 18. Murió a los 70 años de edad, en el 2004. Ese fue un período muy duro de mi vida, una tragedia, porque mi hijo Héctor contrajo una enfermedad viral por comer cosas en la calle. Hepatitis. Empezó mal, como en octubre del 2003, y nunca me imaginé que iba a tener un desenlace fatal. Tenía 38 años, se iba a graduar de licenciado en Historia. Dejó tres niños y a su esposa. Murió el 24 de diciembre del 2003. Mi esposa estaba muy enferma, la estuve llevando a México para curarla; era un ir y venir, pero allá ya la habían desahusiado, y fue muy valiente, pero llegó el momento y el 15 de febrero, a un mes y días de que murió mi hijo, también murió. Tenía osteoporosis crónica.

La Navidad no es alegre para usted.

Me afecta, pero me hago el pendejo, porque tengo un nieto que vive conmigo. Me hago el fuerte porque no le voy a destruir la vida al niño con tristezas.

Estuvo involucrado en un movimiento revolucionario, ¿qué piensa, hoy, de la izquierda?

Para mí, la izquierda es una utopía. Nosotros luchamos por convicciones, con el corazón, con todo lo mejor que se pudo haber tenido para Guatemala, pero se dieron cosas que, si yo las digo en este momento, puedo ofender a personas que aprecio y que cometieron errores. Por eso ya no me fui de México a Cuba, y me salí del movimiento. Sigo pensando, eso sí, que Guatemala necesita un cambio radical, pero pacífico; necesita más diálogo con todos, con los pobres; no sé si eso es utópico, pero creo que un día todo será mejor.

¿Cómo salió al exilio?

Era la época de Ydígoras Fuentes. Empezaron a catear la casa, se llevaron presos a mi papá y a mi hermano. No me lograron agarrar; solo una vez, en una balacera; fue por el Conservatorio Nacional de Música. Pero sucedió que mi padre era muy amigo del jefe de la judicial —imagínese usted—, don José Bernabé Linares. Mi papá, desesperado, fue a hablarle y le pidió: “Bernabé, ayudame, es mi hijo”. No me trataron mal, porque él me conocía. Solo recuerdo que se me acercó don Bernabé, me pegó duro en el brazo y me dijo: “Vas a matar a Luis”. A las cuatro horas iba yo en avión para México.

¿Cómo fue el exilio?

Como decía Miguel Ángel Asturias, el exilio es un camino triste y frío. Pero yo tenía una tía en México que había salido al exilio en tiempos de Estrada Cabrera, entonces, yo tenía casa. Pero mi rebeldía, esa forma de ser de uno de patojo, que se cree muy cabrón para todo, me hizo alejarme de ella y de su casa. Era 1958. Traté de ser independiente. Afortunadamente, no caí en malos pasos.

¿Vivió la psicodelia de aquellos años, en México?

Era la década de 1960, la música de los Beatles, la época de Elvis Presley, y éramos jóvenes. En ese tiempo, las drogas eran el pan diario de cada día. Aquí, en Guatemala, era algo tranquilo, pero en México era cosa seria. Bendito Dios, jamás le hice a las drogas. Sí fumaba, tomaba cervezas. La psicodelia iba unida a los alucinógenos, pero nunca los probé. Sí vestí a la moda, aunque nunca usé pelo largo porque trabajaba con unos españoles vendiendo libros y platería, así que no podía andar en fachas. Luego fue la época de la persecución a muerte, en México, de los roqueros. Era prohibido vestir a la moda, a los jóvenes los sacaban de los cafés, fue algo muy serio. A nosotros —los exiliados— nos tenían bien controlados, por cualquier cosa nos podía citar Gobernación.






Héctor Gaitán, en la feria del libro, Plaza de la Constitución, 2010.


¿Cómo fue su retorno?

Fueron 10 años en el exilio. Me vine porque mi padre me mintió, me dijo que mi madre estaba muy grave. Él quería tenerme cerca. Gracias a que había sacado unos cursos de locución y periodismo en la academia Novo, en Monterrey, gané un concurso de locutores para la televisión. El examinador era don Mario Ferreti. Pasaron los años y vino la venta del noticiero, lo compró Mario Solórzano Foppa y Ariel Deleon, periodista que también estuvo exiliado. Me gané una beca para estudiar periodismo en Estados Unidos.

Una paradoja, ¿no cree? Llegó al país imperialista.

(Ríe) Sí. Estudié, en 1979, en Nueva Orleans y en Dallas. Y a mí no se me quitaba lo de izquierda. Una vez, un instructor pidió que cada periodista expusiera la situación política de su país. Para qué me preguntaron, casi me sacan. Les dije que el imperialismo manejaba las riendas de América Latina, que había puesto y quitado presidentes como le daba la gana, que nosotros, los latinos, éramos un patio trasero de Estados Unidos. “Se te fue la mano”, me dijo el profesor, un peruano. “Usted preguntó y yo respondí con la verdad”, le contesté.

En su profesión ha sido muy afortunado, me parece.

Sí, soy afortunado, aunque creo que he vivido a la carrera. Siento que todo acaba de suceder. Nací para tragarme la vida; siempre sentí que se me iba y quería atraparla; hoy, la llevo más despacio.

¿A qué se refiere con vivir a la carrera?

Creo que desde patojo vivía con el temor de que me iba a morir, hasta ahora, a los 70 años, estoy aterrizando. Me iba a quedar ciego, tenía unos lentotes que no aguantaba sostenerlos en la nariz, tenía una catarata muy severa en un ojo, y en el otro, un problema en la córnea. Me operaron en Pro Ciegos y Sordos, me implantaron la córnea de un gringo muerto. Bendito Dios, miro.

¿Qué tan duro fue pensar que quedaría ciego?

Cuando estaba perdiendo la vista, estaba escribiendo un libro sobre la vida del Hermano Pedro. Ya no veía las letras, leía con lupa. Era el año 2002. Le pedí mucho al Hermano Pedro —es cuestión de fe—, y cuando me operaron los ojos y me quitaron la venda, la doctora Mac Donald me hacía señas con los dedos y yo no veía nada. Pensé que estaba ciego. Ella dijo, “Tranquilo, pueden llevárselo. Que le cierren bien los vidrios del carro y cuando vayan por Majadas, quítese la venda y va a ver”. ¡Y así fue! Cuando por Majadas me quitaron la venda, pude ver. Desde entonces miro los pájaros, los árboles, el cielo azul, la Catedral, esa belleza. En las mañanas, en el patio de la casa, echamos alpiste para los pájaros y lo disfruto plenamente. Ahora disfruto cada paisaje, cada luz, la risa de un niño, aprovecho mi tiempo para observar cosas, y así lo haré hasta que Dios me lo permita.

Una nueva paradoja, don Héctor, tiene una córnea imperialista.

(Ríe) Sí, quién lo iba a pensar. Ahora, veo la vida de distinta manera, señor Lemus. Trato de no hacerle mal a nadie, ni siquiera con el pensamiento. Soy humano y he visto palpablemente aspectos profundos de Dios. Por ejemplo, yo no gozo de prestaciones laborales, hago mi trabajo y me pagan. Eso es todo, y es algo que agradezco profundamente, pero, a veces, me veo en trapos de cucaracha, porque uno no tiene Bono 14 o aguinaldo —por cierto, el IGSS me lo paga mi editor, Jesús Chico, director de Artemis Edinter, lo cual le agradezco, si no, ya me hubiera ido de este mundo—. Pues, decía eso porque cuando con mi familia nos hemos visto sin plata, nos reunimos y decimos, qué hacemos, no hay dinero, y de repente, una llamada: “Héctor, ¿tiene discos? Quiero dos colecciones, vengo de Canadá…” Es entonces cuando veo la mano de Dios.

¿Qué piensa de la muerte y la eternidad?

Pienso que es el misterio más grande de la humanidad. Ya le conté mi cuadro clínico, el corazón lo tengo jodido. Si me da un infarto, no sé a dónde me voy a ir. Pienso que el tiempo no existe, que esto que vivimos, esto que platicamos, todo es como una película, un sueño que estamos viviendo, y cuando me despierte, no sé donde voy a estar. Uno pasa por el tiempo sin sentirlo, y cuando viene la muerte, después de ese proceso que nadie sabe qué es ni a dónde va, los segundos pueden ser centurias, quién sabe, eso dicen los grandes pensadores.

Menciona a Dios, pero no sabe qué pasará después.

(Ríe) Mire qué contradicciones: soy católico, estudié en la Casa Central, pero de allí me corrieron por mal portado.

Finalmente, algunos querrían leer cómo surgió su inclinación por la historia.

Nací en un barrio obrero. Mi padre era un empleado postal que dejó allí su vida. En nuestra casa vivía mi tío, el tío Carlos, quien nos llevaba al cementerio, y cuando lo hacía, era una clase de historia. Decía: “Miren, aquí está enterrado Jorge Ubico, o Lázaro Chacón, él tomó el poder en tal fecha, de tal y tal manera”. Nos hablaba de personalidades como Pepe Milla, quien está enterrado en el cementerio General. Esa es la parte que me invitó a mí a empezar a escribir. Además, yo oía los cuentos con los obreros del barrio, de ferrocarrileros, de cargadores, ellos habitaban en palomares. Nosotros teníamos casita, pero uno de patojo se va a meter a todas partes, así empezó mi afición por escuchar sobre las leyendas de Guatemala. Tendría yo, más o menos, seis años.

El historiador
Héctor Gaitán (Guatemala, 1939)
Es autor de 23 libros, editados por Artemis Edinter, entre ellos:
Siete tomos de La calle donde tú vives.
Dos tomos de Memorias del siglo XX de Guatemala.
El Centro Histórico. Libro polémico sobre lo que han hecho con el centro histórico, al convertir casas antañonas en parqueos.
Los fusilamientos en Guatemala.
Los presidentes de Guatemala.
Recetario curioso de Maximón.
Correo: lacalledondetuvives@yahoo.com

martes, 7 de diciembre de 2010

“El vocabulario es útil para vivir”: María Raquel Montenegro

Un estudio en escuelas primarias revela interesantes resultados sobre el uso del vocabulario.


Por Juan Carlos Lemus

Uno de las cursos más injustamente despreciados suele ser el de idioma español. Quizá con cierta razón, pues muchas veces los estudiantes de primaria reciben arcaicos métodos que incluyen la memorización de conceptos que no les interesan, aunados a un vocabulario que generalmente no comprenden, pero que se ven obligados a retener.Un interesante estudio de las palabras que manejan estudiantes de zonas urbanas y rurales, de tercero y sexto primaria, fue desarrollado por la doctora en lexicografía María Raquel Montenegro Muñoz, en el 2009, apoyada por Usaid. Los resultados fueron presentados en el documento titulado Estudio de disponibilidad léxica.

El contenido y la utilidad práctica de ese trabajo es algo que la doctora explica en esta breve entrevista, además, aprovechamos su conocimiento como integrante de la Academia Guatemalteca de la Lengua para preguntarle asuntos relacionados con el vocabulario incluido en el Diccionario de la Real Academia Española.

¿Por qué deberíamos hablar del vocabulario como algo útil?

Porque tiene incidencia directa en cómo nos comunicamos las personas cuando hablamos y cuando escribimos. Y además, porque el vocabulario tiene un impacto directo en la forma como entendemos lo que escuchamos y lo que leemos. En realidad, quien domina el vocabulario tiene una herramienta indispensable para vivir.

¿Qué es el Estudio de disponibilidad léxica?

Para saber cuál es el vocabulario de uso diario, se hacen estudios de disponibilidad léxica. Es averiguar cuáles son las palabras que las personas conocen. Hay que tener un punto de partida, así que para hacerlo generalmente uno les da una palabra a los alumnos, y a partir de esa escriben todas las que conocen. Se les pidió que escribieran las partes del cuerpo humano, animales, alimentos, medios de transporte, profesiones y oficios y accidentes geográficos.
Salieron cosas interesantísimas. Por ejemplo, es frecuente el uso de la palabra Tuc tuc. Puede ser que la palabra “ruletero” ya no sea de esta generación, y yo como maestro no me haya dado cuenta y la aplique. Otra palabra que salió fue Pulman, que es una marca de buses, pero que se convierte en sustantivo común y se usa para todas las camionetas que tengan características de cierta comodidad.

Algo semejante sucedió con Maisena y con Maseca.

Sí, es lo mismo, como sucedió con clínex, Gillette y Corn Flakes. Además, cuando les preguntamos sobre profesiones y oficios que conocieran, como profesión, en varios casos respondieron “marero” y “narcotraficante”. Insisto, fue un estudio muy interesante. De manera similar, debido a que es común que le llamemos oficio a hacer las tareas de la casa, cuando les preguntamos por oficio, en algunos casos respondieron lavar, planchar, cocinar, barrer y trapear.

En ese estudio, ¿qué pasa con las palabras malsonantes?

El criterio de un estudio es que no se puede censurar, pero, en realidad, no las emplearon.

A propósito, aprovechando sus conocimientos como miembro de la Academia Guatemalteca de la Lengua, ¿cómo llegan a formar parte del diccionario ciertas ocurrencias, también algunas palabras ofensivas o apodos? Le daré tres ejemplos: “papalina”, dice el Diccionario de la Real Academia (DRAE), es una borrachera; la palabra “pan”, dice el DRAE, entre otras acepciones es el “Órgano sexual de la mujer”; y esta otra: “trofeo”, es un “cruce de trompudo y feo”, y significa “persona fea y que tiene los labios gruesos y salientes”. La pregunta es qué sucedería si en el estudio que hizo hubiera una constante. ¿Podría elevarla a la Academia para proponerla?

Sí, pero vamos por partes. La función del Diccionario no es normativa, sino descriptiva; lo que hace es registrar todas las palabras usadas y ponerle marcas en las abreviaturas para decir en qué contexto se usa, el cual puede ser coloquial, técnico o religioso, por ejemplo. Lo que pasa es que la sociedad le da valor normativo al Diccionario, y después dice que todo lo que aparece allí ya fue autorizado por la Real Academia; no es que lo haya autorizado ni aceptado, solamente lo registra.
La ortografía sí tiene carácter normativo. Pero veamos el ejemplo de palabras como Tuc tuc, que, como decía, aparece con frecuencia en el estudio. Es una palabra que la Academia podría proponer, y una comisión evaluaría su inclusión como un registro. Por eso es que en el Diccionario aparecen tantos extranjerismos como software, por ejemplo.

Siendo así, ¿no podría el Diccionario llegar a tener un volumen doble o triple, debido a la enorme cantidad de términos adoptados por las personas?

Hay un criterio, y es que para registrar esas palabras deben permanecer en el habla durante 25 años; es decir, solo se registran palabras estables. No se consideran estables las que se usan solo unos cuantos años.

¿Qué pasa con otras palabras de moda, como “sextear”, que fue importante, pero ya no se usa?

Esas no entran al DRAE, pero sí entrarán al Diccionario Histórico que está en proceso en la Real Academia de la Lengua Española, que registra las palabras documentadas desde su aparecimiento hasta su desaparición, con fechas y lugares. Ya hay algunos diccionarios históricos —como el de Corominas— pero este es el primero de la RAE y aún lo están escribiendo.

Volviendo a su estudio ¿cuál fue el área menos conocida por los niños?

Fue la de los accidentes geográficos. En esta área recibimos menos palabras que en las otras; algunos no tenían idea de qué se trataba, incluso, escribieron accidentes geográficos como “caerse” o “chocar un carro”. Lo que sucede es que la mayoría de conceptos se aprende antes de llegar a la escuela, como las partes del cuerpo, pero los accidentes geográficos se aprenden en la escuela. Eso es un indicio de lo que habría que mejorar.

¿De qué manera se podrían aprovechar los resultados?

Si un maestro sabe cuáles son las palabras que conocen sus alumnos, en cuanto a animales, partes del cuerpo, medios de transporte y otras, entonces puede emplearlas para comunicarse de mejor manera con ellos; además, en las lecturas se deberían utilizar esas palabras para que los niños tengan todas las posibilidades de entender lo que leen y hablan.
También se pueden aprovechar los resultados para enseñar aquellas palabras que se detectó que no conocen los alumnos, para incrementarles el vocabulario.

¿Qué pasa con los maya hablantes, la situación de género (las y los niños, etcétera) y la influencia de Internet en el vocabulario?

El estudio se circunscribió a un área determinada; no se buscó analizar la influencia de los medios, sino solamente saber qué conocen los niños. Sí es posible que se haga otro estudio, con otras características, en el área quiché, y que se amplíe a otros campos.

Ese estudio, ¿puede ser consultado por los maestros?

Sí, es una herramienta que ya se puede ser consultada en Internet, en la dirección: www.reaula.org.
Y los maestros, además, pueden hacer estudios como ese en sus escuelas o colegios. El método se encuentra en un sitio de la Universidad de Alcalá de Henares. Si un maestro quiere aplicarlo en su aula, puede hacerlo bajando la información, viendo como se hace, hay un manual. En esa Universidad le ayudan aplicando una fórmula de tabulación y otras cosas que hacen efectiva la herramienta.








María Raquel Montenegro Muñoz
Es Miembro de Número de la Academia Guatemalteca de la Lengua y correspondiente de la Real Academia Española. Actualmente labora como especialista en lenguaje en el programa Reforma Educativa en el Aula, de USAID.
En 2002, obtuvo el grado académico de magíster en lexicografía hispánica, en la Escuela de Lexicografía Hispánica, conducido por la Asociación de Academias de la Lengua. Además, posee estudios en maestría en docencia universitaria, en la Universidad de San Carlos de Guatemala.
Fue becaria de la Academia Guatemalteca de la Lengua Correspondiente de la Española durante tres años (2003 a 2006). Durante este período estuvo encargada de participar en la revisión del Diccionario Panhispánico de Dudas, Diccionario Académico de Americanismos y la Nueva Gramática Académica. Además, revisiones a las modificaciones al Diccionario de la Real Academia Española.
En 1996, obtuvo la especialización en docencia y la de investigación en lengua y literatura española, en la sede del Instituto de Cooperación Iberoamericana, en Madrid, España.
Se graduó de licenciada en letras y profesora de segunda enseñanza en lengua y literatura española en la Universidad de San Carlos de Guatemala.
“Si un maestro sabe cuáles son las palabras que conocen sus alumnos, entonces puede comunicarse de mejor manera con ellos”.

María Raquel Montenegro Muñoz,

doctora en Lexicografía

martes, 7 de septiembre de 2010

Entrevista a Irma de Luján/ La crítica sin fariseímo




Una conversación sobre el arte y la cultura en general.

Por Juan Carlos Lemus

Doña Irma de Luján no aceptaría una luz ámbar sobre su persona, tampoco los estridentes elogios difundidos por algún altoparlante, ni diplomas del tamaño de un muro. Prefiere pasar inadvertida. Ni tímida ni arrogante, sencillamente prudente y distante de los cuadros de honor que inventa nuestra sociedad maltrecha. Ejerce la crítica de arte. Algún lector podría preguntarse para qué sirve tal especialización en un país donde las camionetas arrojan humo negro, las calles tienen baches en los parches y nuestros centros comerciales no son sino copias de las más vulgares postales de Miami.

La respuesta sería que la crítica —bien aprovechada— puede originar cambios estéticos y hasta académicos en una nación. Pero los auténticos intelectuales suelen ser desatendidos, por lo que estos prefieren observar desde lejos cómo el circo aplaude a la mujer barbuda y condecora al descubridor del agua azucarada. Mas cuando críticos como Irma Lorenzana de Luján advierten sobre los embustes de la mujer barbuda, o la salada dulzura de los reinventores, son vistos como déspotas porque las sociedades lastimadas prefieren la mentira y el fariseísmo, antes que la verdad leída de frente.


Recién graduada de bachiller en el Liceo Francés, en los años sesenta, se fue a estudiar Historia del Arte a la Escuela Superior de Arte de París. Tenía 19. Por sus méritos, fue promovida antes de finalizar el primer año. En escuelas como esa, es normal que los maestros busquen alumnos destacados para que apoyen en talleres de los grandes maestros. Así, en quinto fue llamada como ayudante en los talleres del decorador Jean Lurçat (1892-1966), el artista que introdujo el surrealismo y el cubismo en la tapicería. Simultáneamente estudió en el Museo del Louvre.

Recibió clases particulares con la húngara Magda Frank, una escultora y crítica, víctima del Holocausto, cuyo fallecimiento, a sus 95 años, recientemente fue anunciado por diarios franceses y argentinos. La húngara la introdujo al mundo de la crítica.

En aquel tiempo participó en exposiciones colectivas, como pintora. En una de ellas ganó la medalla de plata de la Ciudad de París, en 1962, otorgada al Salón de Artistas Latinoamericanos que viven en esa ciudad. Algo nada fácil, por lo que recibió comentarios favorables, entre otros, el del mundialmente respetado crítico polaco Waldemar George (1893-1970). Regresó al país y conoció a Luis Luján Muñoz, el destacado académico con quien se casó.
Hace 14 años, Dina de Deman le pidió que escribiera una columna de crítica de arte en Prensa Libre, por lo que adecuó su escritura al objetivo periodístico y aún la publica, cada martes, en la sección Cultura.

Los artistas suelen ser susceptibles, incluso, agresivos. ¿Tiene eso incidencia cuando leen sus críticas de arte?

Sí, hay algunos que lo toman en forma muy educada, son los menos, y aceptan lo que se dice. Otros, defienden su obra con las uñas de fuera.

¿Cuál es una diferencia básica entre la crítica europea y la centroamericana?

Un crítico en Europa puede hacer o deshacer a un artista. Aquí, no, porque la cultura es muy distinta. En Europa hay críticos que tienen una fuerza en lo que dicen, que no hay para donde. Trato de ser así, que a mí no puedan decirme que lo que he dicho no es así, y hasta el momento, creo yo, no han logrado hacerlo. Aunque digan que soy mala, eso no tiene nada que ver con la crítica, que soy muy dura, tampoco tiene que ver con la crítica. Lo único que tiene que ver es la obra del artista. Trato de ser cautelosa y educada con lo que digo, jamás me he referido al pintor o al escultor, siempre me refiero a su obra.

Usted ha reconocido las cualidades de Grajeda Mena, González Goyri, Dagoberto Vásquez, ya fallecidos, además las de Luis Días o Roberto Cabrera, por mencionar algunos. ¿Por qué nuestro país, de unos 14 millones de habitantes, tiene solo unos cuantos pintores y escultores notorios?

Si me dijeran que tendría que armar una exposición de 50 artistas de Guatemala, me sería muy difícil, no le digo de la generación del sesenta, que usted acaba de mencionar, me sería difícil. Probablemente va a haber un cambio, vendrán jóvenes con talento que van a sacar un arte guatemalteco.

Para empezar, ¿por qué no hay una arquitectura vernácula?

Eso sería meternos en profundidades, pero creo que el guatemalteco, en el fondo, no está orgulloso de ser guatemalteco, tal vez estoy diciendo una barbaridad, pero así lo veo. Tal vez somos un país tan pequeñito que los países del norte nos han aplanado, pero en Guatemala tenemos tantas cosas bonitas. Hay personas que hasta cuentan, felices, que alguna vez las confundieron con que eran italianas… Deberían sentirse orgullosas de ser guatemaltecas.

Por cierto que ha escrito acerca de los mall, esas catedrales de consumo norteamericano.

Sí. A un mall entra usted de día y sale de noche; no hay ni ventanas, lo encierran a uno, lo obligan a ver lo que está dentro. No hay espacios seguros en la ciudad, entonces, los muchachos pasan allí la tarde del sábado y el domingo, caminan dando vueltas, como antes lo hacían en los parques.

¿Por qué nuestra ciudad tiene desorden estético y arquitectónico?

Sobre todo, hay mal gusto. Quieren copiar Miami, con palmeras alrededor de un centro comercial y el estilo de la arquitectura de esa ciudad.

En otra época intentamos copiarle a París, con el Obelisco…

Pero fíjese que el Obelisco es el monumento más elegante que hay en la Ciudad de Guatemala. Lástima que le pusieron esas columnas alrededor. El Obelisco recuerda una estela maya con su espejo de agua, pero lo arruinamos todo, porque aquí hay una idea de agregar. A un edificio, al momento le ponen tabiques para hacer más oficinas.

Obviamente, los responsables han sido los empresarios sin gusto estético y los gobiernos.

Hubo una época con una especie de resurgimiento, fue cuando se crearon en el Centro Cívico nuestros grandes murales, para que la gente tuviera a su alcance el arte, pero es el único, no se ha repetido. Y están en muy mal estado, por cierto, sobre todo el del Seguro Social, es lamentable.

¿Qué opina de los intentos municipales por hacer obra de arte en las calles?

Está bien, pero que hagan como cuando se hizo el Centro Cívico, con artistas ya hechos que hicieron algo bueno, y no con artistas —como dicen ahora— “emergentes”; esas son palabritas que se van creando para referirse a pintores que se inician, pero que no tienen concepto de lo que es un mural.

Según parece, quieren colocar esculturas en la Sexta Avenida.

Es el arte que va a ver toda la gente, entonces, hay que tener mucho cuidado, hay que saber escoger. Creo que piensan poner 18 esculturas, espero que escojan bien, algo mejor de lo que hay hasta ahora. No hacen algo guatemalteco.

¿Qué sería lo guatemalteco? ¿algo prehispánico?

No necesariamente. Por ejemplo, Roberto Cabrera o Élmar Rojas, cuando hacen algo no dicen voy a hacer algo guatemalteco, es algo que hacen con pureza y profundidad. Carlos Mérida, otro ejemplo, amaba a Guatemala, la interpretó en una forma extraordinaria, con elegancia llegó al fondo de lo guatemalteco, de verdad sintiéndolo.

¿No nos pone muy aldeanos ser nacionalistas?

Los mexicanos están orgullosos de serlo. De su comida, forma de hablar y de sus trajes, de su música, de todo, y no son aldeanos.

¿Cuáles son los parámetros para hacer una buena crítica?

Para mí, es necesario saber si algo está bien hecho o no, si tiene o no un concepto, simplemente.

¿Cómo se aprende la crítica?

Alguien me pidió que le diera clases. No se puede. La base es conocer el arte, desde la prehistoria hasta la que se está haciendo ahora, para hacer comparaciones lógicas y saber de dónde viene ese cuadro que nos están poniendo enfrente. Eso se logra con haber leído. No voy a decir que he leído mucho y que soy una eminencia, no, pero creo que me he preparado un poco.

¿Cómo ve los museos del país?

La semana pasada fui al Museo de Arte Moderno. Se está haciendo un gran intento por mejorarlo. El arquitecto José Mario Masa, con bastante entusiasmo y con pocos recursos ha hecho bastante, sobre todo la parte de la bodega, donde tienen guardadas la obra magnífica de los grandes escultores de Guatemala. Entre ellos, me llamó la atención una de Luis Días, de lo más pura que se pueda imaginar, él ya busca la cuarta dimensión de la escultura.

¿Cuál es su impresión de las escuelas y academias de arte?

Son lugares a donde van personas que se acercan al arte y eso es muy bueno, pero no por eso deberían creer que son pintoras. El que hagan copia de una postalita no es ser pintor. Quienes creen que es muy fácil, no se meten con la música porque requiere de mucha técnica dar un concierto de piano; se animan con la pintura porque piensan que eso lo hace cualquiera.

De los fallecidos, ¿es muy difícil nombrar al gran artista nacional?

No sé hasta dónde habría llegado Roberto Ossaye, tampoco se sabe si se hubiera quedado en el camino, como ha pasado, pero creo que no, creo que habría llegado a ser uno de los grandes pintores a nivel mundial. Tengo menos seguridad al hablar de Valenti, pero tengo seguridad al hablar de Arturo Martínez. Él habría sido un gran pintor, pero hemos tenido mala suerte, se mueren jóvenes, cuando todavía no han dado lo que tenían que dar. Mérida murió ya mayor y dio lo mejor que tenía. El maestro Mérida tenía una técnica depuradísima, de una gran finura y limpieza extraordinaria.

¿Y de los escultores?

Yela Günter, para mí, es muy bueno. Otro que murió muy joven fue Culajay, también de una pureza total. También González Goyri, que se dedicó más a la pintura que a la escultura, pero era muy buen escultor. Y uno muy grande es Grajeda Mena, que desgraciadamente se está olvidando, y habría que hacer algo, pues tiene una fuerza increíble.

Me parece que en Guatemala ha habido, en su historia, genios inadvertidos que no se desarrollaron nunca. Si está de acuerdo, ¿por qué no se desarrollaron?

Es el ambiente. Me pongo a pensar qué opaca ha de haber sido esa etapa de la Independencia hasta el siglo XX, algo tremendamente triste. Hay un viajero francés, que no está traducido al español, que describe a Guatemala de una manera que yo diría trágica; lo que más le llamó la atención es el vuelo de los zopilotes sobre la carroña. Las casas, dice, teniendo una tierra tan fértil, ni siquiera tienen un bonito jardín. Bueno, tal vez hay un poquito de mala fe en este viajero, pero sí describe una ciudad apagada y triste. Ahora es una ciudad bulliciosa y desordenada. Y sigue siendo triste. En cualquier país del mundo, el domingo es un día alegre. Aquí, es un día que no dan ganas de salir.

Parece que eso sucedía desde antes, cuando no había violencia.

Sí, ya sucedía; no sé si ha leído los libros de Jaime Sabartés, Don Julián y Su excelencia. Allí describe la ciudad; no dice que es Guatemala, pero uno inmediatamente lo capta. La describe agobiante, triste, y el domingo es un reflejo de eso. Esperemos que la Sexta Avenida sea un buen paseo dominical…

¿Qué opina de la ciudad llena de anuncios y de extranjerismos?

Horrible. El doctor Carlos Martínez Durán era un hombre muy culto y refinado, hablaba de los anuncios, sobre todo le enfermaban los escritos en inglés, porque tenemos un idioma riquísimo. Ahora se está introduciendo el francés, por lo menos en la televisión, ya no dicen tostado, sino crokant. Muy “elegante”. A las baratas les ponen sale; o se habla de la shopping list de navidad. En Guatemala tenemos tantas cosas bonitas, empezando por las naturales como el musgo, la manzanilla, el pino. Pero, bueno, mucha gente cree que la shopping list y los mall son elegantes.






breve..........
Irma Lorenzana de Luján

Historiadora de Arte, graduada de la Escuela Superior de Arte de París.
Estudió arte en el Museo del Louvre, y recibió clases particulares con la húngara Magda Frank.
En 1962 ganó la Medalla de Plata de la Ciudad de París, por su pintura Árboles, expuesta en el Salón de Artistas Latinoamericanos en París.
Desde hace 14 años publica su columna Plástica, en la sección Cultural de Prensa Libre.

martes, 31 de agosto de 2010

Juan Jacobo Rodríguez Padilla (Guatemala, 1922)



El siguiente es extracto de una entrevista hecha a Juan Jacobo Rodríguez Padilla.


Por Juan Carlos Lemus, (22 de junio, 2003)

Pintor, grabador y escultor. Estudió en la Escuela Nacional de Artes
Plásticas (la que hoy lleva del nombre de su fundador, “Rafael Rodríguez
Padilla”, padre de Jacobo Rodríguez) a finales de los 30 y principios de
los 40.
Cursó estudios en la Escuela Superior de Bellas Artes de París,
1953, en la que llegó a ser uno de los dos guatemaltecos ganadores del
Premio de la Escuela.
Fundador del Grupo Saker-ti, con Arturo Martínez, Huberto Alvarado entre
otros. Creó los murales de las salas Toltecas y Preclásico del Museo de
Antropología de México.
Tiene estudios de arqueología en museos de Guatemala, Francia y México.
Actualmente vive y trabaja en París. Es uno de los más importantes
escultores, pintores y muralistas de Latinoamérica.

Agradezco la valiosa colaboración de José Mejía, quien también reside en
Francia y me hizo los contactos necesarios para obtener respuesta de este
artista.

“Mi idea era volver a mi país”

Luego de tantos años fuera de Guatemala, ¿qué criterio tiene usted del
arte guatemalteco?
“Lo que he visto de la plástica contemporánea guatemalteca es
desafortunadamente incompleto, en viajes apresurados a mi país; el resto,
en reproducciones, que no siempre dan la posibilidad de juzgar sobre el
valor de los originales; pero, aún así, y de una manera general, pienso
que la expresión guatemalteca ha evolucionado y se ha diversificado muy
positivamente.
Por una parte, existen varios artistas de auténtico valor en la expresión,
digamos “culta” de la plástica.
Y por otra, han surgido varios pintores de extracción popular, que se
expresan también con gran libertad e imaginación”.


¿Qué obstáculos confronta un centroamericano en un país como Francia para
desarrollar y mostrar su trabajo artístico?
“No creo que en este terreno haya gran diferencia entre un centroamericano
y un latinoamericano. En una ciudad como ésta, donde confluyen todas las
culturas del mundo, la competencia es, naturalmente, muy fuerte”.

¿Por qué decidió radicarse allí?
“Historia larga… En tiempos de Ubico, no se soñaba ni siquiera con una
beca de estado para las bellas artes.
“Durante la Revolución de Octubre surgió en las gentes de mi generación la
esperanza de poder formarse en un país de mayor tradición cultural.
Personalmente, no tenía una idea clara de cuál país podía ser el más
indicado para mí, pero la información que con algunos años fuimos
adquiriendo, con amigos, uno que otro profesor de la Escuela de Bellas
Artes, donde los hubo muy valiosos y eficaces -algunos con experiencia en
los países de gran tradición-, en fin, todo esto y la inclinación personal
hacia Europa, con la que crecí desde muy niño, oyendo a mi padre
mencionarla, hizo que, al obtener una beca por concurso del Ministerio de
Educación, el lugar elegido para la misma fuera París. Esto me dio la
posibilidad de vivir en esta ciudad.
En ella me encontraba, estudiando fresco y litografía, en la Escuela
Superior de Bellas Artes, cuando sobrevino la contrarrevolución
castilloarmista, y suprimieron las becas.
Habiendo tenido, lo que para mí es un privilegio, la posibilidad de
colaborar con los dos gobiernos del único periodo democrático de nuestra
historia, no podía ser en aquel momento más que un exilado, como los
cientos de compatriotas que estaban llegando a México, a donde me dirigí
también yo, más tarde, quizás para estar más cerca de Guatemala.
“Al principio permanecí, pues, en Francia, forzadamente, porque mi idea
era volver a mi país. En París, ya exilado, me gané la vida trabajando
como dibujante de arquitectura, durante cuatro años.
Luego llegué a México. Allí tuve algunas experiencias de trabajo que
considero interesantes, en particular mi participación en la instalación y
decoración del Museo de Antropología. Pasados dieciesiete años, volví a
Francia, ya con la intención de establecerme aquí definitivamente.
“Para responder a su pregunta, salí de Guatemala con la firme intención de
regresar a ella al terminar la beca, a aplicar lo aprendido y a compartir
experiencias, pero los acontecimientos mencionados me obligaron a
permanecer en Francia, con la que, de manera general, me sigo sintiendo
muy identificado. Por ello, no volví a mi país, que quiero
entrañablemente”.


. ¿Cómo fue la experiencia de realizar los murales en el Museo de Antropología de México DF?
“Muy satisfactoria. Primero, porque la competencia para trabajar en el
Museo era muy ardua. El auge del muralismo había tenido como secuela una
gran cantidad de pintores locales, y también extranjeros, que aspiraban a
realizar el trabajo. Fue pues muy agradable para mí ser seleccionado, no
por haber llenado los requerimientos burocráticos, sino por mi trabajo
personal de creación. Por otra parte, yo adoro el trabajo en equipo. Me
gusta la camaradería que se establece en estos ambientes, donde cada uno
realiza su labor, al lado de los demás, y se departe durante los horarios
destinados a la comida, y se sigue hablando de arte…”
“También aquí en Francia, he podido efectuar murales. Es más, los de
mayor dimensión que yo he realizado hasta ahora, alrededor de 26 metros
cuadrados, y, lo que para mí es importante, al fresco.
“Me cabe la satisfacción de haber llevado a La Gallarde, en la Costa Azul,
algo del patrimonio de mi país…”

¿Piensa retornar a Guatemala?
“El país donde yo he vivido más tiempo es Francia. Esto hace difícil una
decisión. Pero Guatemala nunca dejará de estar presente en mi vida y en mi
trabajo. Mi ideal sería poder pasar la mitad del tiempo en Guatemala, ser
una esponja para lo propio allá, y venir a trabajarlo aquí, a Francia,
donde hay toda clase de materiales: un paraíso para los artistas
plásticos…”

lunes, 26 de julio de 2010

De las tablas al mundo interior: Luis Tuchán


Luiz Tuchán explica algo de su paso por el teatro y de su entrega a la psicología.


Por Juan Carlos Lemus


Durante años, algunos de los mejores directores teatrales del país vieron en Luiz Tuchán a un actor excepcional destinado a dejar honda huella sobre las tablas. Se trataba de un intérprete de grande aplomo y sorprendente fuerza actoral. Quienes lo vimos en el escenario, experimentamos a Macbeth o a Edipo Rey atravesar la cuarta pared y al espectador con un filo auténtico e intempestivo. Hace 10 años, casi de un día para otro, sin embargo —y sin anunciar su retiro con cohetes y Torito—, Tuchán desapareció de escena. Con el tiempo, en los diarios fueron publicados anuncios sobre cursos y talleres de inteligencia emocional, de transformación personal y de alquimia de la vida amorosa, impartidos por el psicólogo y concienciador Luiz Tuchán.
De manera que cuando lo entrevistamos, forzoso era preguntarle el porqué de su retiro definitivo de las tablas. “Para mí, las artes escénicas fueron un medio, no el objetivo de mi vida. Tampoco fui un quijote del teatro, lo hice porque me daba placer. Además, al actuar buscaba ensanchar la conciencia del público”. Es así como lo deja claro; solo será menester, entonces, insistir con otro par de preguntas sobre el tema. Pero antes de proseguir, pondremos sobre la mesa otro aspecto que consideramos de suma importancia:
En el campo del esfuerzo por el autoconocimiento abundan rufianes, charlatanes y merolicos que ofrecen técnicas de superación; otros hablan de espiritualidad con un candil en la mano, y hay quienes practican la psicología como un negocio que abarata la credibilidad en ella, debido a su brutal insignificancia. Nuestro entrevistado está en el otro extremo. Antes bien, sus cortes y zarpazos son rebeldes, van en contra de las palabras prostituidas en los anuncios y el mercado de la mente. Tuchán desprecia a la moral hipócrita y santurrona y sus talleres pretenden contribuir a que las personas se encuentren a sí mismas.
En cuanto a lo rebelde, impreciso sería imaginarlo un agitador social o un Enfant terrible de la psicología. Sería errado por cuanto lo suyo es algo que tiene que ver, sencillamente, con una actitud indagatoria en el océano interior del ser humano. Para él, no puede haber sicología sin espiritualidad y ya nos explicará el porqué.
Nos entrevistamos en un café, una mañana de este mes. Es un tipo que no se anda con rodeos. De entrada, fija su postura: “No pretendo ni que me reconozcan ni que me recuerden, soy un hombre que cumplió con su tarea cuando visitó este planeta; punto”.

¿Estuvo siempre consciente de que abandonaría el teatro?

Desde que entré, lo que había posiblemente era un dejo de exhibicionismo —lo cual es normal en cualquier actor—, pero con el tiempo eso fue cambiando porque el teatro también fue una manera de zambullirme en mi mundo interior. Fue como un objetivo para ensanchar la conciencia del público, y es lo mismo que estoy haciendo ahora, solamente que a través de la psicología.

¿Cómo es posible ser auténtico en la actuación, si actuar es, precisamente, una máscara?

Al actuar, yo no prestaría mi cuerpo para hacer a un personaje, sino que lo saco de mi mundo interior porque adentro tengo una totalidad, como cualquiera. Puedo tener tanto a un criminal como a un santo, a un moralista como a un pervertido, lo que pasa es que es con base en mi libre albedrío que yo podría alimentar en mí al criminal, pero no me interesa porque eso me rebaja.
El teatro es un medio que puede permitir a un actor convertirse en observador, en testigo de sí mismo. Y observar es entrar al nivel espiritual, entendiendo lo espiritual no como algo religioso, sino como el oro del nivel superior de conciencia.

¿Cómo entender la psicología con eso de los niveles de conciencia?

La verdadera fuente de la psicología no es ni la biología ni la filosofía, sino la espiritualidad. La psicología se generó como la ciencia del estudio de la psiquis, desde la antigüedad. La espiritualidad proviene de la experiencia directa de los maestros espirituales, que no son santones ni deidades, sino simplemente seres humanos que han llegado a niveles superiores de conciencia. La realidad no podemos conocerla mediante la mente racional, pues esta es muy limitada; por ejemplo, el cerebro procesa, en un segundo, 400 mil millones de bits de información, y solo somos conscientes de 2 mil bits. El conocimiento de la espiritualidad, en cambio, proviene de seres que han logrado llegar a niveles superiores de conciencia.

Habla de espiritualidad, ¿no le parece que es una palabra a menudo mal empleada?

Lamentablemente, cuando las personas escuchan hablar de espiritualidad, la toman como algo religioso. Las religiones organizadas están al servicio de la sociedad convencional, no al servicio del ser humano. Y las creencias de las religiones son solo interpretaciones de la verdad, pero no son la verdad; las personas se adhieren las creencias religiosas solo porque tienen miedo.

¿Miedo?

Fundamentalmente, hay dos emociones con las cuales algunas religiones manejan con mala intención al ser humano: miedo y culpa. No meto en el mismo saco a todas las religiones, porque probablemente hay algunas que orientan hacia la liberación y que enseñan a alcanzar niveles superiores de conciencia. Es una decisión personal evaluar si mi religión me libera o no.

¿Cómo identificar al malhechor?, quiero decir, a la religión que manipula.

La religión es un camino hacia la espiritualidad. El problema es cuando se vuelve un business. Hay religiones que dicen que uno viene, desde pequeño, manchado por el pecado. Para empezar, en su verdadera acepción, pecado no es una falta moral sino una deficiencia, y es verdad que nacemos con una deficiencia, la de ser incapaces de ver la realidad, pero eso no es una falta moral. Y acorde a esas religiones, usted tiene que ir al dry cleaning para que le laven el alma. Lo manejan con el miedo, sobre todo con el miedo a la muerte; le prometen un paraíso al cual va a llegar. La sociedad convencional maneja tres elementos: la obediencia ciega, la fe y la paciencia. Osho dice que hay dos especies malditas en la humanidad: los profesionales de la religión que ofrecen un paraíso que no existe, y los políticos, que ofrecen un paraíso en la Tierra, que nunca cumplen.

Menciona a Osho. ¿Cuáles son sus referentes?

De la tradición espiritual son Buda, Cristo, Krishnamurti, Osho y muchos otros iluminados. Todos dicen lo mismo, solo que lo plantean de diferente manera. Lo que sucede es que la práctica espiritual siempre estará impregnada por los ingredientes culturales.

Esos personajes coinciden espiritualmente, pero algunos de ellos, materialmente, vivieron polos opuestos; por ejemplo, Gautama Buda era príncipe pero eligió dejarlo todo, y contrasta con Osho, quien tuvo 93 Rolls-Royce y relojes caros. ¿Cómo deberíamos entender ese contraste?

Cuando Osho estaba en India, antes de ir a EE. UU., donde lo mataron la CIA y las religiones extremistas, mandó a comprar el carro último modelo más caro que se pudiera. Y luego, dijo: “Antes de comprar el carro nadie hablaba de nosotros, ahora que lo compramos, todo el mundo lo hace”. Osho es el más contestatario de todos. En su autobiografía explica que da lo mismo meditar en una carreta de bueyes que en un Roll-Royce. Tenía 93 de estos carros porque se los regalaron todos.
Y todo eso me recuerda otra anécdota muy interesante; en una ocasión, una periodista le dice: “A ti te llaman el gurú del sexo porque escribiste un libro sobre el sexo”, y Osho le contesta: “Yo escribí un libro que trata del sexo hacia la superconciencia, pero tú solo leíste la palabra sexo”.

Imparte talleres sobre alquimia de la vida amorosa. ¿Qué es el amor?

Las personas piensan que el amor es “una emoción”, dicen que es “el sentimiento más elevado” y no sé que más pendejadas. Pero cuando entramos en ese campo de lo espiritual nos damos cuenta de que el amor es uno de los poderes superiores del ser humano, igual que el conocimiento y la voluntad.
El poder yo lo controlo, el amor es para mí un poder. Pero las relaciones amorosas se basan en el sentimiento y por eso fracasan. Las emociones no pueden ser la base de una relación porque fluctúan, son fuertes o débiles, hoy están y mañana no, y si solo entiendo el amor como un sentimiento, entonces soy objeto de una emoción. El amor no está al inicio de una relación de pareja; lo que hay es una reacción física ante un estímulo, y la mayoría se queda con eso y años después están decepcionados porque ya no sienten lo mismo y, claro, en una relación permanente no puede bastar la emoción. Las parejas siempre van a seguir formándose así, pero es importante tenerlo claro y estar capacitados para comprometerse en esa aventura para lograr ambos el verdadero amor, que es incondicional. Además, algunas personas tienen dificultades para la intimidad, les cuesta mucho mostrarse desnudos ante los demás, pero la verdadera intimidad no es física, sino sicológica y espiritual.

¿Por qué del miedo a esa intimidad?

Porque nos desconocemos, porque estamos llenos de traumas y de carencias. Los seres humanos somos, básicamente, entes traumados, si entendemos como trauma toda situación para la cual yo no tengo respuesta, y usted no tenía respuesta para la primera nalgada que le dieron, ni para la primera inyección que le pusieron, ni para la primera vez que lo llevaron al colegio. Claro que los organismos responden de diferente manera. Algunas de esas situaciones no han sido tan graves y no han dejado heridas tan profundas como otras. Y todo ese mundo que está refundido en el inconsciente es el que determina un 95 por ciento del comportamiento del ser humano.

En algún momento habló de Iluminación, ¿para qué alcanzarla?

¿Para qué vino usted a este mundo? ¿Cuál es el objetivo de su vida? ¿Ser feliz? Claro que la felicidad cada cual puede definirla de diferente manera. ¿Es tener cosas? ¿Es alcanzar grados académicos? ¿Es ser famoso? Usted va a definir la felicidad dependiendo de su nivel de desarrollo espiritual. Si usted es una persona materialista, la va a definir como la obtención de riqueza, prestigio o poder. Pero, para empezar, la felicidad es un estado interior que nadie me puede dar. Está en mí, y eso nos lleva a otro aspecto. Hay personas que no asumen nunca su responsabilidad y siempre están diciendo que son infelices porque la mujer les falló, porque el marido “les salió mal”; siempre están diciendo “si ella cambiara, yo sería feliz”, eso es infantilismo emocional. En realidad, yo uso lo que otra persona hace, dice o sienta para sentirme mal, pero no es la persona la que puede hacerme sentir mal a mí. Es como que usted toque una de mis cuerdas flojas, pero la cuerda floja es mía, no de quien me la tocó. Es una cuestión de elección.

(En el 2002, Luiz Tuchán lanzó su Manifiesto a los poetas escénicos en decadencia, un verdadero golpe agitador de las aguas teatrales. Cierro esta entrevista citando el último párrafo de ese documento: “Que cada quien camine por donde quiera, mientras su caminar sea producto de una decisión consciente y asuma la responsabilidad existencial, social e histórica de las consecuencias”).












En resumen

Luiz Tuchán Valle (Guatemala, 1945) es licenciado en Psicología por la Universidad de San Carlos de Guatemala.
Es maestro de Arte. Fue actor de los 5 a los 55 años de edad (renunció al teatro en el 2000).
Tiene un extenso currículo como director y ejecutor de programas psicológicos en centros educativos y entidades internacionales.

lunes, 19 de julio de 2010

Julio Fausto Aguilera/ El Hombre que ama el silencio

Por Juan Carlos Lemus

Estamos sentados en un jardín con el poeta Julio Fausto Aguilera. Es el interior de un hogar de ancianos donde vive desde hace año y medio; el tercer asilo donde ha estado en los últimos tiempos.
El sol planea y uno de los árboles nos da su sombra. El Premio Nacional de Literatura 2002 tiene 81 años. Se rompió la cadera hace seis meses, cuando cayó al tratar de encender la luz de su cuarto, pero camina con ayuda de un bastón de madera bien barnizada. “En el IGSS hicieron un buen trabajo”, me dice.

Leo para él algunos versos suyos y observo su rostro cuando escucha el poema Zapateros; le vienen deseos de decir algo. Es un poema de solo dos estrofas, que cierra con estas líneas: “Pobremente vivió./ Sin desear nunca riquezas/ y a la muerte enfrentó serenamente,/ seguro de otra vida/ más allá de la muerte”.

Sé que se refiere a su padre, José Luis Aguilera León, jalapaneco, quien además de músico aficionado era zapatero, sindicalista y buena persona. “Mi padre era zapatero —me dice, mirándome fijamente—, pero muy culto, muy instruido. Cuando murió, encontré en la bolsa de su saco una edición del Popol Vuh que había estado leyendo. Trabajaba día y noche porque, antes, en ese oficio, se ganaba muy poco. Y tenía que trabajar todo el tiempo para mantenernos. Era buena gente, nos proveía de lo necesario, a mí y a mis hermanos. Y mi madre fue una gran mujer (Felipa Alfaro de Aguilera); ella, además de gran cocinera, apoyó al Partido de Acción Solidaria que luchó por la candidatura de Jacobo Árbenz Guzmán”.

“A propósito de ese poema —le pregunto—, ¿cree usted que hay otra vida más allá de la muerte?”
“Pienso —dice— que la muerte solo es el paso a otra vida; sí, creo en la reencarnación, en el más allá. Creo que cuando uno se va es porque el alma se suelta, tranquila, y tiene oportunidad de hacer una nueva vida en otro hombre o en una mujer”.

En sus poemas no habla de reencarnación, sino de patria y de revolución. Es un poeta de arenga poética, que proclama “¡Muera la guerra! ¡Muera la muerte que trae la guerra!”, por eso, llama la atención que además haya escrito líneas como esta: “Amo las constelaciones,/ las galaxias,/ el Universo de Dios/ donde Él trabaja”.
“Así que un poeta revolucionario puede creer en Dios”, le digo.

“Por supuesto. Dios es un gran trabajador y todo el universo es hijo de Dios” —me dice, ya no como poeta, sino como un anciano poeta bajo el sol del jardín, que vale más—. Amo a Dios y le agradezco lo que ha hecho conmigo. Por eso, también digo en otra parte: Soy un hombre sencillo/ amo la inmensidad que me rodea,/ soy de los hombres que dijo Vallejo,/ los que tienen reloj y han visto a Dios... (Tose sobre su pañuelo y sigue hablando) Tengo un libro que no fue publicado y se titula Poemas a Dios”, revela.

Sigo la lectura. Leo unos versos de su más reciente publicación, la que data del 2005, que incluye poemas que le dictó a su hermana Josefina Aguilera, y que le costeó, me dice, su amigo José Antonio Móbil (1930).

Hay poemas dedicados a algunos de sus grandes amores. Por ejemplo, a Olga Valenzuela: “Respiramos el aire/ de aquella primavera,/ y tú, mi amor, tienes diecisiete años”. Otro, a Atala Valenzuela: “Sin arrullos, sin besos… Pura, fecunda, ansiosa,/ fuiste hecha para el polen, para el nido y su miel”.
Detengo la lectura, pues justo es preguntarle: “¿Qué tal de amores, Julio Fausto?”
“Tuve una vida amorosa bastante contradictoria, porque muchas mujeres me amaron y no las correspondí, y a las que yo quise no me correspondieron. Atala viene a verme seguido. Le escribí ese poema en el 54. La amé mucho. Ahora que estamos viejos, me dice que me ama, que siempre me ha amado…

También estuve enamorado de Olga Valenzuela, hermana de Atala. Cuando viene a verme, me dice que nunca le declaré mi amor y que si lo hubiera hecho habría caído rendida a mis pies… Pero sí que se lo declaré. Las dos fueron muy amigas mías, desde el año 1952. Éramos uña y carne”.

En la actualidad, Atala Valenzuela es una respetable decana del periodismo social; tiene 79 años y cuida, en su casa, de su hermana Olga, de 77. Las dos visitan, cuando pueden, al poeta. De hecho, Atala ha sido su gran amiga todos estos años y ha escrito importantes estudios y una biografía, aún inédita, de Aguilera.

De sus grandes amores, sin embargo, la que vivió con él durante ocho años fue Vidalia, una joven que falleció de cáncer a los 25, en 1984, cuando el escritor tenía 56. Para entonces, ya el padre de Julio Fausto había muerto, en 1979; su madre, en 1981 y ese mismo año también murió su hermano Rubén. Todo eso contribuyó a que Aguilera cayera en una profunda depresión que lo llevó al Hospital Psiquiátrico del IGSS, donde estuvo internado. De ese entonces recuerda el gran apoyo que le brindaron los médicos, especialmente su amigo el doctor Octavio Aguilar, quien lo ayudó a dejar la bebida, hace ya 25 años.

Otro poema suyo se titula Novia, y dice: “Se vestía de gala para mí/ los primeros de mayo,/ los quinces de septiembre y los veintes de octubre”. Esa “novia” es la Revolución de Octubre. “Todavía la amo —me dice—, a la Revolución. Para la acción militar del 20 de octubre yo tenía 16 años. No había primero de mayo que marchara en favor de los trabajadores. Asistía a todas las manifestaciones de apoyo al régimen revolucionario. Fueron 10 años de primavera democrática. En ese tiempo hubo libertad, democracia y apoyo a los trabajadores”.

Por ese tiempo escribió su más famoso poema, La patria que yo ansío. “Sí, lo escribí como yo concebía que se podía llamar a la patria, porque la patria es una casa, limpia, blanca”.

Julio Fausto recuerda con gratitud a todos sus amigos; especialmente, reconoce que le abrieron las puertas en El Imparcial. “A pesar de que yo era revolucionario, me publicaban todo. César Brañas era encargado de la página literaria y siempre me dio espacios. Cuando cerraron El Imparcial, publiqué en La Hora; en ese diario fui muy acogido por Óscar Marroquín, una gran persona; hasta hace cinco años publicaba mis poemas y mis artículos, todos los sábados; yo se los dictaba a mi hermana (Josefina), porque ya no podía escribir”.

Luego de hablar por largo rato, nos despedimos con Julio Fausto, con la promesa de volver al día siguiente.

Durante la nueva visita charlamos con el escritor en la sala del hogar de ancianos, porque la lluvia moja el pequeño jardín. Luce un saco negro. Es el mismo de siempre, un hombre sencillo y agradecido, encorvado sobre su bastón de madera. Me cuenta que comparte cuarto con otras dos personas, algo que, suponemos, ha de ser a ratos bastante difícil para un hombre que ama rotundamente el silencio.

“Aquí me atienden bien, me dan comida excelente; son unas grandes personas. Ya ve usted cómo vienen a abotonarme el saco. Hoy me bañaron, aunque yo no quería, porque había frío, pero me bañaron con agua caliente y me cayó bien. Con lo único con lo que sufro es con mi neurosis, tengo compulsiones, a veces hago rechazos, padezco de mucha tensión y tengo que tomar medicina que afortunadamente me da el IGSS. Me gusta el silencio; claro que me gusta la voz humana. Mis compañeros de cuarto platican, pero no me molesta. También me gusta la música. Cuando era joven, yo tocaba mandolina, marimba, guitarra, acordeón y piano. Sí… me gusta la música y la voz humana, pero, la verdad, amo el silencio”, enfatiza.

Su poema El Universo, poesía desnuda, termina con esta estrofa: “Amo toda la luz del Universo,/ y amo la noche con sus sombras,/ el silencio/ que acuna mis poemas./ Amo el Silencio”.

















Breve análisis de poema:


Usted y la poesía

“No me gusta la poesía”, dice usted.
No soporta leerla.
No la escucha.

Usted es un joven ingeniero químico.
Ama sus títulos y su trabajo.
Es neurótico, pero es cortés y afable.
Y franco, por lo visto.

La poesía bulle junto a usted.
Tranquilamente habla.
Está en sus probetas, en sus tubos,
En su matemática armoniosa.

Toda su vida de usted es poesía.
Usted construye el poema
Con su oficio,
Con su carácter y todas sus cosas,
Incluyendo su aversión a la poesía.

Julio Fausto Aguilera
(Guatemala, 1928)
Tomado de su libro Selección poética, Serviprensa, 2005.


Este poema de Julio Fausto, de aparente sencillez, se aproxima en mucho al grano hallado en textos universales que se refieren al nirvana, a la ausencia del Todo y al Todo.
La poesía no son las palabras —pareciera decirnos Fausto—, sino todo cuanto existe. Una especie de koan es este poema suyo, en el que contrapone las palabras a la acción de un ingeniero “neurótico”, “cortés y afable”, además de “franco”. Después de todo, también las palabras y los poetas pueden ser neuróticos y afables; lo que cambian son los medios de expresión (palabras-probetas-matemática), pero la esencia, si se es capaz de verla, como lo ha hecho Julio Fausto, es idéntica.
Es este un excelente poema difícilmente apreciado, hasta la fecha, con toda su brutal sencillez.







Julio Fausto Aguilera
Breve biografía
Nació en Jalapa, el 8 de septiembre de 1928.
Es Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias 2002.
Emeritissimum por la Facultad de Humanidades, de la Universidad de San Carlos de Guatemala.
A finales de 1960 cofundó el grupo Nuevo Signo, con los poetas Luis Alfredo Arango, Antonio Brañas, Francisco Morales Santos, Delia Quiñónez y José Luis Villatoro.
Entre sus libros: Canto y Mensaje (1960); Diez poemas fieles (1964); Mi buena amiga muerte y otros poemas vivos (1965); Poemas fidedignos (1967); Poemas guatemaltecos (1969); 30 poemas cortos (1974); Antigua como la muerte (1975); La patria es una casa (1954, libro por el que la APG le otorgó el Quetzal de Oro, en 1983); Selección poética (2005).
Lo mejor de su poesía fue publicado por la Dirección General de Bellas Artes, en un volumen titulado La patria es una casa, en el 2003.
“Quiero que mis amigos me visiten, que sepan que no he muerto”, dice el poeta.

lunes, 12 de julio de 2010

“La Historia puede crear ideología”

El doctor Enrique Gordillo Castillo explica la importancia que tiene la Historia para el fortalecimiento de la identidad nacional.


Juan Carlos Lemus


La Historia, como herramienta de estudio, es una espada de incontables filos, muchos de los cuales moldean el desarrollo de una nación, pero otros apuntan hacia su ignorancia. Lo que aprendemos en la escuela no es la verdad completa. Y sería imposible que lo fuera, pues nuestro pasado es tan amplio como complejo, abarca cinco siglos de mestizaje más los años prehispánicos. Además, unos cuantos educadores fueron los que se encargaron de cribar tantos años y de incluir en los libros de texto a los personajes que consideraron ilustres, así como los acontecimientos que, en su momento, pudieron ser muy distintos a lo que nos explica el maestro desde la pizarra.

A pesar de todo, los historiadores se encargan de aproximarnos lo mejor que pueden hacia la verdad histórica, pero dependen de las fuentes que, en muchos casos, han desaparecido en el curso de las décadas o los siglos.

El doctor en historia por la Universidad de Tulane, Nueva Orleáns, el guatemalteco Enrique Gordillo Castillo, es autor de varios libros sobre su especialidad. Sus enfoques y análisis tienen la frialdad necesaria para observar la historia nacional y describirla sin tomar partido ni intercalar sus juicios personales. Su acuciosidad lo ha llevado a contribuir con varios estudios para los más importantes centros de investigación sobre la historia del país.
En esta entrevista, Gordillo Castillo ofrece datos que nos permiten aproximarnos a los orígenes de lo que entendemos por identidad como nación; aborda la mitología criolla, descubre la jerarquía inscrita en nuestra moneda nacional y resalta la importancia de la Historia como instrumento de la ideología.


Es probable que muchos guatemaltecos entendamos por nacionalismo la solidaridad en caso de desastres, o la alegría compartida en un partido de futbol, pero, en realidad, ¿qué debemos entender?

El nacionalismo es sinónimo de identidad nacional, es la base ideológica de los Estados nacionales surgidos en contraposición con los Estados monárquicos en el siglo XIX. Se basa en la convicción de que personas que nunca se han visto y que probablemente nunca se verán comparten un territorio, un idioma, una cultura y unos ancestros. En sociedades multiétnicas, obviamente el grupo que ejerce el poder impone sus valores y también esos aspectos. Históricamente, las guerras también contribuyeron a crear identidades nacionales, porque obligaron a enfrentarse violentamente contra “los otros”. Modernamente, las competencias deportivas —como expresiones de guerras domesticadas— recrean esas identidades.

¿Cree que el Estado ha reproducido una identidad nacional?

Puedo responder a esa pregunta con una comparación que he usado en mis clases sobre cómo el Estado ha promovido oficialmente jerarquías étnicas. Los billetes tienen una jerarquía económica que va de Q100, Q50, Q20, Q10 y Q5 hasta Q0.50; eso se reproduce idénticamente en el esquema estatal que recrea el patriotismo criollo colonial.
Los billetes de a Q100 tienen la imagen de Francisco Marroquín, español y religioso; los de Q50, la de Carlos O. Zachrisson, un empresario de origen extranjero; los de Q20 tienen la imagen del criollo español Mariano Gálvez; los de Q10, la de Miguel García Granados, un español nacionalizado y terrateniente; los de Q5, la de Justo Rufino Barrios, un ladino de occidente, militar y cafetalero; los de Q1, la de José María Orellana, un ladino de oriente y militar, y finalmente, los billetes de 50 centavos tenían la efigie de Tecún Umán, el héroe nacional, indígena y militar. En resumen, el sitio más alto en la jerarquía corresponde al español religioso, y el de cincuenta centavos, al indígena.

Apoyado en sus estudios, ¿qué mentiras conocemos que nos haya enseñado la historia oficial? Por ejemplo, ¿es cierto que para la Independencia hubo cohetes y marimba?

Bueno, según algunos testigos, sí hubo cohetes y marimba, con el objetivo de presionar a los notables para que decidieran a favor de la Independencia y la anexión a México. Sin embargo, otros afirman que no hubo mayor algarabía, porque ese día cayó un tremendo aguacero y todo mundo se fue a su casa. La tergiversación se encuentra más bien en difundir la versión de que se trató de una acción pacífica lograda por consenso, cuando, en realidad, hubo conflictos muy serios que condujeron a las guerras de la federación y al desmembramiento del Reino de Guatemala en cinco pequeños países. Guatemala envió un ejército a someter a los salvadoreños que se opusieron a la anexión.

¿Puede la historia ser un hecho liberador?

Claro, y yo creo que estamos en el mejor momento para revalorar la historia académica, porque el paradigma de la homogeneización del Estado nacional fracasó. En la actualidad, no solo se reconoce, sino que se valora la diversidad étnica y cultural. Ya no es necesario tergiversar los hechos del pasado para crear falsas imágenes de una sociedad homogénea. Siempre hemos sido una sociedad diversa, con muchos problemas históricos —que no se crearon en un día—, y efectivamente, la Historia busca entender por qué las cosas son como son. El objetivo es ese, entender por qué somos como somos.

¿Cuál es la diferencia entre la Historia oficial y la académica?

La Historia oficial es la que se construye y se difunde desde el poder. En consecuencia, todas las historias patrias, historias nacionales o historias de bronce que se han difundido por el sistema educativo nacional (y digo “nacional”, entre comillas) se pueden considerar oficiales. En su mayor parte cumplen con el objetivo de promover el ideal nacional. En consecuencia, no son necesariamente académicas, porque el objetivo es ideológico. La historia académica, por otra parte, tiene la pretensión de acercarse a la verdad. Aunque siempre hay debates y diferentes puntos de vista, estos están sustentados con evidencia empírica.

¿Está de acuerdo en que la historia es un arma ideológica poderosa?

Por supuesto. La Historia es el arma ideológica más poderosa, porque puede crear ideología. Los sucesos del 11 de septiembre en los Estados Unidos mostraron lo que los seres humanos somos capaces de hacer por un ideal nacional. Ese día, un grupo de personas fueron capaces de inmolarse e inmolar a otras que no conocían, siguiendo determinados ideales. Para unos son terroristas, y para los otros son héroes.

Las historia oficial es tendenciosa, porque inyecta ideología. ¿Cuál es la nuestra, si tomamos en cuenta que la heredamos de pedagogos muchas veces ubiquistas?

Lamentablemente, el ideal nacional que se difundió en Guatemala no consideraba a la población indígena viva como “un elemento de progreso”, en palabras de José Antonio Villacorta, quien fue ministro de Educación de Ubico. A finales de los años 30, el mismo Villacorta empezó a plantear el ideal de nación basado en el mestizaje, probablemente por la influencia mexicana. Planteó una nueva versión de la historia de Guatemala, que recuperaba la historia indígena durante el período colonial como uno de los componentes positivos del mestizaje. No obstante que se promovió como proyecto oficial, como puede verse en los murales del Palacio Nacional, el mestizaje no fue aceptado como el ideal nacional —que siguió siendo el del ladino, entendido como todo aquel que no era indígena—. En consecuencia, todas las historias patrias se basan en mitos que tergiversan los hechos con el objetivo de promover la homogeneidad.

¿Podría citar ejemplos de tales mitos?

Entre los clásicos, podría extenderme en el que mencioné, de la Independencia y la anexión a México. El mito dice que “fue un proceso pacífico, espontáneo, que se logró por consenso unánime, sin derramamiento de sangre, de los grandes hombres de la época, los próceres”. En realidad, el movimiento se hizo siguiendo el Plan pacífico de Independencia elaborado y promovido por la familia Aycinena, con el apoyo de intelectuales liberales como Pedro Molina, Mariano de Beltranena y José Francisco Barrundia. El objetivo del plan era mantener el status quo político con los privilegios de los comerciantes guatemaltecos. Los autores del plan estaban conscientes de que los añileros de San Salvador y los ganaderos de Nicaragua querían terminar con el monopolio de los comerciantes guatemaltecos. Por esa razón, para realizar el plan, solicitaron apoyo militar a Agustín de Iturbide, ofreciéndole la anexión del Reino de Guatemala a México. Antes que independizarse de España y México, las provincias querían independizarse de Guatemala.
Otro mito es la Reforma Liberal. Se dice que el período que se inició en 1871 generó gran desarrollo, por obra de un gran hombre, “el Reformador” Justo Rufino Barrios. En los billetes de Q5 dice: “El General Justo Rufino Barrios estableció la enseñanza primaria, gratuita, laica y obligatoria”. En realidad, seguimos arrastrando el enorme saldo de analfabetismo. A propósito, en el actual gobierno se promueve como el logro más grande la gratuidad de la educación. En realidad, Justo Rufino Barrios delegó en los finqueros la responsabilidad estatal de brindar educación, y estos, obviamente, no cumplieron con establecer escuelas en las fincas. En cuanto al desarrollo del país, efectivamente se dio un crecimiento económico de ciertos grupos, pero a costa del trabajo forzado y la expropiación de tierras de los indígenas.

¿No es así que la Academia de Geografía e Historia de Guatemala ofrece la versión criolla de la historia de Guatemala?

En realidad, me parece que fueron los intelectuales guatemaltecos de los primeros cincuenta años del siglo XX, varios de ellos vinculados a la Sociedad de Geografía e Historia, quienes recrearon como identidad nacional guatemalteca una variante del patriotismo criollo colonial. El más influyente fue Villacorta, pero también hay que recordar que los nombres de las universidades, tanto la nacional como las privadas, también recrean el patriotismo criollo, me refiero a las universidades de San Carlos, Francisco Marroquín, Rafael Landívar, Del Valle y Mariano Gálvez.

Finalmente, ¿trajo algún beneficio el establecimiento de la ciudadanía universal en la Constitución de 1824?

Efectivamente, la ciudadanía fue instaurada desde 1824; sin embargo, a partir de 1829 empezó a limitarse con criterios económicos. Eran ciudadanos únicamente aquellos hombres que tuvieran rentas o bienes suficientes para ejercerla, decía: “con responsabilidad”. En 1838 se agregó el criterio de exclusión étnica; en 1871 se excluyó a los analfabetas; en 1945 se incluyó por primera vez a las mujeres, pero en 1965 se excluyó a los comunistas. Total, podemos hablar de ciudadanía universal hasta la Constitución de 1985.





Perfil

Enrique Gordillo Castillo, guatemalteco, es máster y doctor en historia, por la Universidad de Tulane, Nueva Orleans, Estados Unidos.
Licenciado en Historia por la Universidad de San Carlos de Guatemala.
Ha formado parte del Centro de Investigaciones Regionales de Mesoamérica (Cirma), de la Asociación de Investigación y Estudios Sociales (Asíes), del Centro de Estudios Urbanos y Regionales (Ceur).
Actualmente, es jefe del Departamento de Investigación de la División de Desarrollo Académico de la Dirección General de Docencia, en la Universidad de San Carlos.
Es docente de programas de posgrado en Flacso, la Usac y la Upana.
Es autor de varios libros, entre ellos:
Guía general de estilo para la presentación de trabajos académicos (2002).
Hacia la formación De “Alma Nacional”: José Antonio Villacorta Calderón y la Historia de Guatemala (1915-1962).
Severo Martínez Peláez y la Ciencia Revolucionaria Guatemalteca (2000).