martes, 26 de abril de 2011

Breve historia del historiador Miguel Álvarez Arévalo





Uno de los más famosos historiadores del país, Miguel Alfredo Álvarez Arévalo, explica los orígenes de su vocación.


Por Juan Carlos Lemus

Estamos en el Museo Nacional de Historia, un edificio de 1896, ubicado en el centro histórico de la Ciudad de Guatemala. El Cronista de la Ciudad, Miguel Álvarez Arévalo, tiene sobre su escritorio imágenes de santos, cristos; autógrafos de Sarita Montiel, de Rocío Jurado; una computadora portátil con sus bocinas, y algunas fotografías de sus viajes a otros países. Viste un impecable traje azul marino y zapatos negros lustradísimos. En su oficina cohabitan la Guatemala de los siglos XVI al XXI con el Facebook. Sobre los gruesos muros cuelgan los pasos de Cristo camino al Calvario, un soneto al óleo, del siglo XVIII; más de cien cuadros con diplomas, títulos y otros reconocimientos suyos, y detrás de ellos, en la calle, mientras charlamos, pasa una manifestación universitaria con vuvuzelas, ruidosa modalidad regalo de Sudáfrica para el mundo.Todo eso es como un bodegón de antigüedades sostenidas por muebles bauhaus y tecnología del presente siglo. Miguel Álvarez —quien hace unos años apareció en 15 programas de televisión de Tokio, hablando en japonés (traducido)—, está sentado al centro, casi inmóvil durante las horas que dura nuestra charla. Carece de titubeos. Habla con sorprendente precisión, tal como lo hace casi a diario para la radio, televisión y prensa escrita. Su tez blanca acusa breves quemaduras propias de quien camina bajo el sol, pues vive a pocas cuadras de su oficina. Mas ese aspecto casi hierático se esfuma los fines de semana, cuando se puede ver por las calles del Centro a este hombre de 58 años vistiendo tenis, playera y pantalones de lona; que cocina fiambre para el Día de Difuntos —con una receta de hace más de cien años, aclara—, pescado a la vizcaína; ponche y buñuelos para las posadas. A diario lo saludan las señoras del mercado, los taxistas y los meseros.
Tan ajetreada vida podría requerir, creo, un descanso, pues todo el tiempo le hacen preguntas sobre la historia nacional, tanto investigadores como catedráticos universitarios y estudiantes, pero Miguel Álvarez —sobrino nieto del ex presidente Juan José Arévalo— asegura que para él es todo lo contrario, que cuando no se le consulta siente algo de vacío. En efecto, en tantos años ha demostrado que no es egoísta con lo que sabe. De hecho, muchos lo consultan y no lo citan; otros lo citan sin consultarlo, pero él parece no darse por enterado. Hay que añadir que es modesto, quizá en exceso, pero este es un reporte exigente —le hago ver—, y es necesario hablar de algunos de sus aportes al patrimonio cultural. Por ejemplo, en mis consultas sobre su vida encontré que fue él quien descubrió hace 30 años que el Niño Nazareno de La Merced en realidad es el Patrón Jurado de la Ciudad de Guatemala. En segundo lugar, para el terremoto del 1976, con otros historiadores, logró rescatar de la destrucción piezas folclóricas, para que no quedaran enterradas. Tercero, que evitó, con otras personas, que el ex presidente Romeo Lucas demoliera los edificos de la Gobernación y la Casa de la Cultura de Quetzaltenango, hoy ambos patrimonios nacionales.
Hay una canción muy sencilla que dice: “Nada te llevarás cuando te marches”. A mi parecer, Miguel Álvarez lo ha comprendido bien. Aseguro que morirá feliz solo si lo hace hablando, hasta el último minuto, de la Merced, las tradiciones navideñas, Jesús de los Milagros, la Virgen María en el arte colonial, Jesús de Candelaria, las procesiones, los Ángeles Llorones, de la historia del Palacio Nacional, del Centro Histórico, sobre gastronomía tradicional y de Nuestra Señora del Socorro, por citar unos cuantos de los temas que ha desarrollado en sus 26 libros.

¿Cómo empezó todo? ¿Cómo era usted de niño?, ¿un cucurucho?, ¿un terco niño historiador?

Nunca fui cucurucho ni acólito, pero sí me gustó la historia desde pequeño, y hablar con los curas. Me gustó la historia y Estudios Sociales. Mi mamá ejerció una muy buena influencia en mí, y cuando yo sabía que en la escuela íbamos a estudiar sobre historia de Centroamérica, ella me la explicaba antes.

¿Cómo fue su infancia?

Soy un hombre de la década de los cincuenta. Nací cuando la vida giraba alrededor de lo que hoy es el Centro Histórico. Cines, comercios, procesiones; hasta si uno quería comprar una semilla, todo lo hacía en ese lugar. Los teléfonos eran prohibitivos; no todas las casas tenían uno, y públicos había uno que otro. Mis primeros cinco años los viví en la zona 9, en Tívoli.
Recuerdo muy bien el olor a tierra mojada, la fragancia de la flor de muerto y todo lo que había en ese lugar en donde antes no había un Parque de la Industria, sino un bosque con lagunetas. En mi inocencia creía que esos eran los bosques de los cuentos de hadas. Cuando estaba en primero primaria, en el instituto Cervantes, cerca del parque La Concordia, me venía en la camioneta 6, que daba una vuelta por un enorme bosque de cipreses que había donde hoy es La Terminal. Aprendí a leer y a escribir con mi libro Caminito de luz y mis cuadernos de caligrafía.

La educación en su época era muy diferente a la actual, sin duda.

Sí. Nos llevaban de excursión a ver cómo se hacían los fósforos, o las gaseosas. La formación que nos daban en primaria era muy integral, y sobre todo, con pautas de comportamiento; por ejemplo, cómo caminar en la calle, cómo atender a una persona no vidente, cómo respetar a los ancianos, a dar el lugar en el autobús, para que se sentara alguna señora, y todo eso lo reforzábamos en casa. Cuando tenía 8 años, en el colegio nos ponían ejercicios de memorizar cuántas tiendas había, cuántas librerías, iglesias católicas, cuántas evangélicas, qué líneas de autobuses pasaban, instituciones que había cerca, creo que todo eso es importante para conocer en dónde se encuentra uno.

¿Cómo era la tecnología?

En Guatemala eran contados los televisores; no todos tenían; ni aparatos domésticos. Empezaban las fotocopias, el emplasticado de documentos; las llamadas de larga distancia eran carísimas. Eso sí, mi generación fue testigo de los grandes acontecimientos transmitidos por la televisión; por ejemplo, las Olimpiadas de México, en 1968, y la llegada del hombre a la Luna. Aquello era sorprendente. Las calculadoras eran tan grandes, que no podía uno llevarlas al colegio; las tablas de logaritmos eran espantosas. Cuando llegó la computadora era algo raro, y ya no digamos cuando me preguntaban cuál era mi e-mail. Al principio, le pedía a mi secretaria que se encargara ella de todo, pero luego aprendí y ahora hasta estoy en Facebook.

¿Qué recuerda de sus paseos familiares?

Me le pegué mucho a mi abuela materna; a ella le gustaba caminar. Nos íbamos en tren a Amatitlán, por 20 centavos. Al llegar a la estación tomábamos un carro jalado por caballos a ver las poblaciones del lago, que ya no existen. Comíamos aquellos dulces de colores tan artísticos. Para mí, más que sabrosos, eran preciosos. Otro de mis paseos favoritos era subirme a la terraza a ver aviones, que todavía eran de hélice, porque hasta 1961 empezaron a venir los jets de Pan American, de México. Parte de mi vocación viene de nuestros paseos a Sumpango, Sacatepéquez. Nos íbamos a Antigua Guatemala por caminos de terracería; así empecé fascinarme por las ruinas, donde todavía había gente viviendo adentro.

Usted vivió cerca del manicomio, ¿recuerda cuando se quemó?

Sí, lo recuerdo muy bien. Yo tenía 8 años; fue el 14 de julio de 1960. Fue algo impresionante. Vivíamos enfrente, calle de por medio; era de noche y ya estábamos acostados. Se fue la luz, nos levantó mi mamá y no encontrábamos la ropa, hasta que mi mamá nos vistió. Unos vecinos nos rescataron y nos llevaron al lado de la zona 3. Al día siguiente vi el desfile funerario, el lugar estaba todo cubierto de pelusa, y un olor a quemado. Espero que no suene muy vulgar lo que voy a decir… pero lo asocié con carne, y no pude comer carne asada en mucho tiempo.

¿Cómo fueron sus estudios de secundaria y su llegada a la universidad?

La secundaria la estudié en el colegio Santo Domingo, donde ahora está Jesús Obrero, y en el International School, en la avenida La Reforma. Me incorporé al periódico del colegio, que se llamaba Avances; era en 1968 y 69. Cuando fue el seminario para salir de bachiller, propuse el tema de turismo; lo aceptaron y nos permitió hacer un estudio sobre Guatemala. Al salir del colegio me inscribí en la universidad. Podía estudiar las carreras convencionales, derecho o ingeniería, pero tenía vocación humanista. Eso se impuso y me inscribí en la Facultad de Humanidades, en el Departamento de Historia. Tuve excelentes maestros, como Julio Galicia, Pedro Tobar Cruz, Edna de Rodas, Jorge y Luis Luján, Josefina Alonso de Rodríguez, quien nos motivó mucho en la defensa del patrimonio.

Usted descubrió que el Niño Nazareno de La Merced es el patrón Jurado de la Ciudad. ¿Cómo fue eso?

Tuve la dicha de trabajar algunos documentos inéditos sobre el caso de Jesús de La Merced. A la imagen del Niño Nazareno de La Merced, que sacan los niños en procesión el Sábado de Ramos, ahora le dicen Niño de la Demanda. Fue gracias a que el padre Toruño me permitió leer los documentos, investigué y di con la fecha exacta del traslado de la imagen de Antigua Guatemala a la Ciudad de Guatemala, con la rogativa y el honor que tiene como Patrón Jurado. Faltaba un año para celebrar el bicentenario de la ciudad, y eso permitió que se le hiciera un festejo. Desde que le di la información de los documentos a don Julio Farfán empezaron a utilizarlo; eso fue hace más de 30 años.

¿Qué es el Patrón Jurado?

Lo que pasa es que en la época colonial las autoridades municipales tenían mucho acercamiento con la Iglesia; entonces, en algunas circunstancias se nombraba Patrón Jurado a una imagen, y el ayuntamiento hacía un juramento. En este caso encontré el juramento que se hizo de Jesús de La Merced, dato que luego confirmé con los libros del cabildo municipal.

¿Cómo vivió la época, como historiador, durante el conflicto armado?

Era difícil recorrer el país. Muchos de mis compañeros desaparecieron. A pesar de eso, con algunos de ellos lo recorrimos, estudiando el folclor, la artesanía y la cultura. Me dolió muchísimo cuando me enteré de que debido al terremoto de 1976 muchas personas de Santa Apolonia y de otros lugares habían muerto, y mucha de su artesanía desapareció. Ya había yo trabajado la grabación de una loa, y eso sí se conserva porque lo entregamos al Cefol, en el año 1975. El terremoto me vinculó con el patrimonio cultural, porque estuve muy consciente de la tragedia, del dolor humano, pero con nuestro equipo de historia en la San Carlos lanzamos la voz sobre el patrimonio cultural y nos fuimos junto a los que salvaban vidas humanas, mientras nosotros intentábamos salvar el patrimonio; incluso, nos metíamos entre la destrucción para ver qué podíamos hacer. Nos íbamos sin viáticos a occidente. En la capital nos agarraron los temblores en algunos campanarios de las iglesias. La destrucción del patrimonio es la desfiguración de la cultura, pues hubo muchos lugares que al perder máscaras, vestimenta, retablos y arquitectura, se inventaron otros.

¿En qué circunstancias llegó a dirigir el Museo Nacional de Historia?

En 1983. Trabajaba yo en el Registro cuando me pidieron que me hiciera cargo del museo, que se encontraba alquilando casa en la 11 calle, entre la 6ª avenida y 6ª avenida “A”. Pero dentro de las políticas que se tenían en la época de Lucas García era la demolición de los edificios. Hasta quería demoler unos monumentos en Xela. Por cierto, tuvimos la lucha y el apoyo del ministro de Educación, que era Putzéis Álvarez, pues querían derribar la Gobernación y la Casa de la Cultura de Quetzaltenango, pero el pueblo de Quetzaltenango nos apoyó y finalmente fueron declarados monumentos nacionales. Lo mismo intentamos con el edificio de San Francisco, en la capital, donde funcionaba el segundo cuerpo de la Policía. También con Putzéis Álvarez logramos que fuera declarado monumento, para que no lo derribaran, y lo logramos, pero sucedió algo sin precedentes: se emitió un nuevo acuerdo en el que decía que ya no era monumento. Fue inaudito que se hiciera una contraorden para darle baja y destruirlo, en 1979. Pero, bueno, el edifico donde está actualmente el Museo se adquirió gracias al apoyo de varios intelectuales. David Vela nos consiguió una entrevista con Lucas, y este entregó el edificio al Museo, en 1981.

¿Cómo evita la nostalgia, pues lo suyo es la historia como ciencia?

En esta ciudad puedo vivir la época de la Colonia y también el siglo XXI. Es una ciudad que si no la viera con la fuerza de la ciencia, estaría viéndola con nostalgia. Por supuesto que a veces veo el asfalto y pienso que si lo escarbáramos, tal vez encontraríamos piedras desgastadas por el paso de los carruajes, las huellas de los penitentes, las de los mercaderes, huellas de José Martí y de todas las personas. Esta ciudad es un todo; nació con vocación de capital.

¿No le cansa un poco que lo llamen todo el tiempo para hacerle consultas?

Para nada. Le voy a decir la verdad: yo sufro mucho cuando veo que hay desinformación. Por eso creo que el conocimiento debe ser público, que debemos compartirlo.


(En fotos: Miugel Álvarez en caballito, sin fecha, aproximadamente a los dos años de edad. En la otra, junto a su amiga Sarita Montiel).



Breve perfil:
Miguel Alfredo Álvarez Arévalo (Guatemala, 21 de abril de 1952).
Cronista de la Ciudad de Guatemala, nombrado por el honorable Consejo Municipal de la Ciudad de Guatemala en 1992.
Hijo de José Miguel Álvarez Villatoro y Marta Josefina Arévalo Lemus.
Licenciado en Historia por la Universidad de San Carlos de Guatemala.
Museógrafo por la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía, México, D. F.
Es director del Museo Nacional de Historia.
La sala principal del Museo del Ferrocarril lleva su nombre desde 2006.
Catedrático universitario y autor de 26 libros sobre Historia. Un clásico suyo es el libro Iconografía Aplicada a la Escultura Colonial de Guatemala, 1990
Tiene producciones de televisión y discos compactos sobre historia.
Ha impartido conferencias en México, Estados Unidos, España, Cuba, Santo Domingo, Chile y Canadá.