Un estudio en escuelas primarias revela interesantes resultados sobre el uso del vocabulario.
Por Juan Carlos Lemus
Uno de las cursos más injustamente despreciados suele ser el de idioma español. Quizá con cierta razón, pues muchas veces los estudiantes de primaria reciben arcaicos métodos que incluyen la memorización de conceptos que no les interesan, aunados a un vocabulario que generalmente no comprenden, pero que se ven obligados a retener.Un interesante estudio de las palabras que manejan estudiantes de zonas urbanas y rurales, de tercero y sexto primaria, fue desarrollado por la doctora en lexicografía María Raquel Montenegro Muñoz, en el 2009, apoyada por Usaid. Los resultados fueron presentados en el documento titulado Estudio de disponibilidad léxica.
El contenido y la utilidad práctica de ese trabajo es algo que la doctora explica en esta breve entrevista, además, aprovechamos su conocimiento como integrante de la Academia Guatemalteca de la Lengua para preguntarle asuntos relacionados con el vocabulario incluido en el Diccionario de la Real Academia Española.
¿Por qué deberíamos hablar del vocabulario como algo útil?
Porque tiene incidencia directa en cómo nos comunicamos las personas cuando hablamos y cuando escribimos. Y además, porque el vocabulario tiene un impacto directo en la forma como entendemos lo que escuchamos y lo que leemos. En realidad, quien domina el vocabulario tiene una herramienta indispensable para vivir.
¿Qué es el Estudio de disponibilidad léxica?
Para saber cuál es el vocabulario de uso diario, se hacen estudios de disponibilidad léxica. Es averiguar cuáles son las palabras que las personas conocen. Hay que tener un punto de partida, así que para hacerlo generalmente uno les da una palabra a los alumnos, y a partir de esa escriben todas las que conocen. Se les pidió que escribieran las partes del cuerpo humano, animales, alimentos, medios de transporte, profesiones y oficios y accidentes geográficos.
Salieron cosas interesantísimas. Por ejemplo, es frecuente el uso de la palabra Tuc tuc. Puede ser que la palabra “ruletero” ya no sea de esta generación, y yo como maestro no me haya dado cuenta y la aplique. Otra palabra que salió fue Pulman, que es una marca de buses, pero que se convierte en sustantivo común y se usa para todas las camionetas que tengan características de cierta comodidad.
Algo semejante sucedió con Maisena y con Maseca.
Sí, es lo mismo, como sucedió con clínex, Gillette y Corn Flakes. Además, cuando les preguntamos sobre profesiones y oficios que conocieran, como profesión, en varios casos respondieron “marero” y “narcotraficante”. Insisto, fue un estudio muy interesante. De manera similar, debido a que es común que le llamemos oficio a hacer las tareas de la casa, cuando les preguntamos por oficio, en algunos casos respondieron lavar, planchar, cocinar, barrer y trapear.
En ese estudio, ¿qué pasa con las palabras malsonantes?
El criterio de un estudio es que no se puede censurar, pero, en realidad, no las emplearon.
A propósito, aprovechando sus conocimientos como miembro de la Academia Guatemalteca de la Lengua, ¿cómo llegan a formar parte del diccionario ciertas ocurrencias, también algunas palabras ofensivas o apodos? Le daré tres ejemplos: “papalina”, dice el Diccionario de la Real Academia (DRAE), es una borrachera; la palabra “pan”, dice el DRAE, entre otras acepciones es el “Órgano sexual de la mujer”; y esta otra: “trofeo”, es un “cruce de trompudo y feo”, y significa “persona fea y que tiene los labios gruesos y salientes”. La pregunta es qué sucedería si en el estudio que hizo hubiera una constante. ¿Podría elevarla a la Academia para proponerla?
Sí, pero vamos por partes. La función del Diccionario no es normativa, sino descriptiva; lo que hace es registrar todas las palabras usadas y ponerle marcas en las abreviaturas para decir en qué contexto se usa, el cual puede ser coloquial, técnico o religioso, por ejemplo. Lo que pasa es que la sociedad le da valor normativo al Diccionario, y después dice que todo lo que aparece allí ya fue autorizado por la Real Academia; no es que lo haya autorizado ni aceptado, solamente lo registra.
La ortografía sí tiene carácter normativo. Pero veamos el ejemplo de palabras como Tuc tuc, que, como decía, aparece con frecuencia en el estudio. Es una palabra que la Academia podría proponer, y una comisión evaluaría su inclusión como un registro. Por eso es que en el Diccionario aparecen tantos extranjerismos como software, por ejemplo.
Siendo así, ¿no podría el Diccionario llegar a tener un volumen doble o triple, debido a la enorme cantidad de términos adoptados por las personas?
Hay un criterio, y es que para registrar esas palabras deben permanecer en el habla durante 25 años; es decir, solo se registran palabras estables. No se consideran estables las que se usan solo unos cuantos años.
¿Qué pasa con otras palabras de moda, como “sextear”, que fue importante, pero ya no se usa?
Esas no entran al DRAE, pero sí entrarán al Diccionario Histórico que está en proceso en la Real Academia de la Lengua Española, que registra las palabras documentadas desde su aparecimiento hasta su desaparición, con fechas y lugares. Ya hay algunos diccionarios históricos —como el de Corominas— pero este es el primero de la RAE y aún lo están escribiendo.
Volviendo a su estudio ¿cuál fue el área menos conocida por los niños?
Fue la de los accidentes geográficos. En esta área recibimos menos palabras que en las otras; algunos no tenían idea de qué se trataba, incluso, escribieron accidentes geográficos como “caerse” o “chocar un carro”. Lo que sucede es que la mayoría de conceptos se aprende antes de llegar a la escuela, como las partes del cuerpo, pero los accidentes geográficos se aprenden en la escuela. Eso es un indicio de lo que habría que mejorar.
¿De qué manera se podrían aprovechar los resultados?
Si un maestro sabe cuáles son las palabras que conocen sus alumnos, en cuanto a animales, partes del cuerpo, medios de transporte y otras, entonces puede emplearlas para comunicarse de mejor manera con ellos; además, en las lecturas se deberían utilizar esas palabras para que los niños tengan todas las posibilidades de entender lo que leen y hablan.
También se pueden aprovechar los resultados para enseñar aquellas palabras que se detectó que no conocen los alumnos, para incrementarles el vocabulario.
¿Qué pasa con los maya hablantes, la situación de género (las y los niños, etcétera) y la influencia de Internet en el vocabulario?
El estudio se circunscribió a un área determinada; no se buscó analizar la influencia de los medios, sino solamente saber qué conocen los niños. Sí es posible que se haga otro estudio, con otras características, en el área quiché, y que se amplíe a otros campos.
Ese estudio, ¿puede ser consultado por los maestros?
Sí, es una herramienta que ya se puede ser consultada en Internet, en la dirección: www.reaula.org.
Y los maestros, además, pueden hacer estudios como ese en sus escuelas o colegios. El método se encuentra en un sitio de la Universidad de Alcalá de Henares. Si un maestro quiere aplicarlo en su aula, puede hacerlo bajando la información, viendo como se hace, hay un manual. En esa Universidad le ayudan aplicando una fórmula de tabulación y otras cosas que hacen efectiva la herramienta.
María Raquel Montenegro Muñoz
Es Miembro de Número de la Academia Guatemalteca de la Lengua y correspondiente de la Real Academia Española. Actualmente labora como especialista en lenguaje en el programa Reforma Educativa en el Aula, de USAID.
En 2002, obtuvo el grado académico de magíster en lexicografía hispánica, en la Escuela de Lexicografía Hispánica, conducido por la Asociación de Academias de la Lengua. Además, posee estudios en maestría en docencia universitaria, en la Universidad de San Carlos de Guatemala.
Fue becaria de la Academia Guatemalteca de la Lengua Correspondiente de la Española durante tres años (2003 a 2006). Durante este período estuvo encargada de participar en la revisión del Diccionario Panhispánico de Dudas, Diccionario Académico de Americanismos y la Nueva Gramática Académica. Además, revisiones a las modificaciones al Diccionario de la Real Academia Española.
En 1996, obtuvo la especialización en docencia y la de investigación en lengua y literatura española, en la sede del Instituto de Cooperación Iberoamericana, en Madrid, España.
Se graduó de licenciada en letras y profesora de segunda enseñanza en lengua y literatura española en la Universidad de San Carlos de Guatemala.
“Si un maestro sabe cuáles son las palabras que conocen sus alumnos, entonces puede comunicarse de mejor manera con ellos”.
María Raquel Montenegro Muñoz,
doctora en Lexicografía
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