lunes, 26 de julio de 2010

De las tablas al mundo interior: Luis Tuchán


Luiz Tuchán explica algo de su paso por el teatro y de su entrega a la psicología.


Por Juan Carlos Lemus


Durante años, algunos de los mejores directores teatrales del país vieron en Luiz Tuchán a un actor excepcional destinado a dejar honda huella sobre las tablas. Se trataba de un intérprete de grande aplomo y sorprendente fuerza actoral. Quienes lo vimos en el escenario, experimentamos a Macbeth o a Edipo Rey atravesar la cuarta pared y al espectador con un filo auténtico e intempestivo. Hace 10 años, casi de un día para otro, sin embargo —y sin anunciar su retiro con cohetes y Torito—, Tuchán desapareció de escena. Con el tiempo, en los diarios fueron publicados anuncios sobre cursos y talleres de inteligencia emocional, de transformación personal y de alquimia de la vida amorosa, impartidos por el psicólogo y concienciador Luiz Tuchán.
De manera que cuando lo entrevistamos, forzoso era preguntarle el porqué de su retiro definitivo de las tablas. “Para mí, las artes escénicas fueron un medio, no el objetivo de mi vida. Tampoco fui un quijote del teatro, lo hice porque me daba placer. Además, al actuar buscaba ensanchar la conciencia del público”. Es así como lo deja claro; solo será menester, entonces, insistir con otro par de preguntas sobre el tema. Pero antes de proseguir, pondremos sobre la mesa otro aspecto que consideramos de suma importancia:
En el campo del esfuerzo por el autoconocimiento abundan rufianes, charlatanes y merolicos que ofrecen técnicas de superación; otros hablan de espiritualidad con un candil en la mano, y hay quienes practican la psicología como un negocio que abarata la credibilidad en ella, debido a su brutal insignificancia. Nuestro entrevistado está en el otro extremo. Antes bien, sus cortes y zarpazos son rebeldes, van en contra de las palabras prostituidas en los anuncios y el mercado de la mente. Tuchán desprecia a la moral hipócrita y santurrona y sus talleres pretenden contribuir a que las personas se encuentren a sí mismas.
En cuanto a lo rebelde, impreciso sería imaginarlo un agitador social o un Enfant terrible de la psicología. Sería errado por cuanto lo suyo es algo que tiene que ver, sencillamente, con una actitud indagatoria en el océano interior del ser humano. Para él, no puede haber sicología sin espiritualidad y ya nos explicará el porqué.
Nos entrevistamos en un café, una mañana de este mes. Es un tipo que no se anda con rodeos. De entrada, fija su postura: “No pretendo ni que me reconozcan ni que me recuerden, soy un hombre que cumplió con su tarea cuando visitó este planeta; punto”.

¿Estuvo siempre consciente de que abandonaría el teatro?

Desde que entré, lo que había posiblemente era un dejo de exhibicionismo —lo cual es normal en cualquier actor—, pero con el tiempo eso fue cambiando porque el teatro también fue una manera de zambullirme en mi mundo interior. Fue como un objetivo para ensanchar la conciencia del público, y es lo mismo que estoy haciendo ahora, solamente que a través de la psicología.

¿Cómo es posible ser auténtico en la actuación, si actuar es, precisamente, una máscara?

Al actuar, yo no prestaría mi cuerpo para hacer a un personaje, sino que lo saco de mi mundo interior porque adentro tengo una totalidad, como cualquiera. Puedo tener tanto a un criminal como a un santo, a un moralista como a un pervertido, lo que pasa es que es con base en mi libre albedrío que yo podría alimentar en mí al criminal, pero no me interesa porque eso me rebaja.
El teatro es un medio que puede permitir a un actor convertirse en observador, en testigo de sí mismo. Y observar es entrar al nivel espiritual, entendiendo lo espiritual no como algo religioso, sino como el oro del nivel superior de conciencia.

¿Cómo entender la psicología con eso de los niveles de conciencia?

La verdadera fuente de la psicología no es ni la biología ni la filosofía, sino la espiritualidad. La psicología se generó como la ciencia del estudio de la psiquis, desde la antigüedad. La espiritualidad proviene de la experiencia directa de los maestros espirituales, que no son santones ni deidades, sino simplemente seres humanos que han llegado a niveles superiores de conciencia. La realidad no podemos conocerla mediante la mente racional, pues esta es muy limitada; por ejemplo, el cerebro procesa, en un segundo, 400 mil millones de bits de información, y solo somos conscientes de 2 mil bits. El conocimiento de la espiritualidad, en cambio, proviene de seres que han logrado llegar a niveles superiores de conciencia.

Habla de espiritualidad, ¿no le parece que es una palabra a menudo mal empleada?

Lamentablemente, cuando las personas escuchan hablar de espiritualidad, la toman como algo religioso. Las religiones organizadas están al servicio de la sociedad convencional, no al servicio del ser humano. Y las creencias de las religiones son solo interpretaciones de la verdad, pero no son la verdad; las personas se adhieren las creencias religiosas solo porque tienen miedo.

¿Miedo?

Fundamentalmente, hay dos emociones con las cuales algunas religiones manejan con mala intención al ser humano: miedo y culpa. No meto en el mismo saco a todas las religiones, porque probablemente hay algunas que orientan hacia la liberación y que enseñan a alcanzar niveles superiores de conciencia. Es una decisión personal evaluar si mi religión me libera o no.

¿Cómo identificar al malhechor?, quiero decir, a la religión que manipula.

La religión es un camino hacia la espiritualidad. El problema es cuando se vuelve un business. Hay religiones que dicen que uno viene, desde pequeño, manchado por el pecado. Para empezar, en su verdadera acepción, pecado no es una falta moral sino una deficiencia, y es verdad que nacemos con una deficiencia, la de ser incapaces de ver la realidad, pero eso no es una falta moral. Y acorde a esas religiones, usted tiene que ir al dry cleaning para que le laven el alma. Lo manejan con el miedo, sobre todo con el miedo a la muerte; le prometen un paraíso al cual va a llegar. La sociedad convencional maneja tres elementos: la obediencia ciega, la fe y la paciencia. Osho dice que hay dos especies malditas en la humanidad: los profesionales de la religión que ofrecen un paraíso que no existe, y los políticos, que ofrecen un paraíso en la Tierra, que nunca cumplen.

Menciona a Osho. ¿Cuáles son sus referentes?

De la tradición espiritual son Buda, Cristo, Krishnamurti, Osho y muchos otros iluminados. Todos dicen lo mismo, solo que lo plantean de diferente manera. Lo que sucede es que la práctica espiritual siempre estará impregnada por los ingredientes culturales.

Esos personajes coinciden espiritualmente, pero algunos de ellos, materialmente, vivieron polos opuestos; por ejemplo, Gautama Buda era príncipe pero eligió dejarlo todo, y contrasta con Osho, quien tuvo 93 Rolls-Royce y relojes caros. ¿Cómo deberíamos entender ese contraste?

Cuando Osho estaba en India, antes de ir a EE. UU., donde lo mataron la CIA y las religiones extremistas, mandó a comprar el carro último modelo más caro que se pudiera. Y luego, dijo: “Antes de comprar el carro nadie hablaba de nosotros, ahora que lo compramos, todo el mundo lo hace”. Osho es el más contestatario de todos. En su autobiografía explica que da lo mismo meditar en una carreta de bueyes que en un Roll-Royce. Tenía 93 de estos carros porque se los regalaron todos.
Y todo eso me recuerda otra anécdota muy interesante; en una ocasión, una periodista le dice: “A ti te llaman el gurú del sexo porque escribiste un libro sobre el sexo”, y Osho le contesta: “Yo escribí un libro que trata del sexo hacia la superconciencia, pero tú solo leíste la palabra sexo”.

Imparte talleres sobre alquimia de la vida amorosa. ¿Qué es el amor?

Las personas piensan que el amor es “una emoción”, dicen que es “el sentimiento más elevado” y no sé que más pendejadas. Pero cuando entramos en ese campo de lo espiritual nos damos cuenta de que el amor es uno de los poderes superiores del ser humano, igual que el conocimiento y la voluntad.
El poder yo lo controlo, el amor es para mí un poder. Pero las relaciones amorosas se basan en el sentimiento y por eso fracasan. Las emociones no pueden ser la base de una relación porque fluctúan, son fuertes o débiles, hoy están y mañana no, y si solo entiendo el amor como un sentimiento, entonces soy objeto de una emoción. El amor no está al inicio de una relación de pareja; lo que hay es una reacción física ante un estímulo, y la mayoría se queda con eso y años después están decepcionados porque ya no sienten lo mismo y, claro, en una relación permanente no puede bastar la emoción. Las parejas siempre van a seguir formándose así, pero es importante tenerlo claro y estar capacitados para comprometerse en esa aventura para lograr ambos el verdadero amor, que es incondicional. Además, algunas personas tienen dificultades para la intimidad, les cuesta mucho mostrarse desnudos ante los demás, pero la verdadera intimidad no es física, sino sicológica y espiritual.

¿Por qué del miedo a esa intimidad?

Porque nos desconocemos, porque estamos llenos de traumas y de carencias. Los seres humanos somos, básicamente, entes traumados, si entendemos como trauma toda situación para la cual yo no tengo respuesta, y usted no tenía respuesta para la primera nalgada que le dieron, ni para la primera inyección que le pusieron, ni para la primera vez que lo llevaron al colegio. Claro que los organismos responden de diferente manera. Algunas de esas situaciones no han sido tan graves y no han dejado heridas tan profundas como otras. Y todo ese mundo que está refundido en el inconsciente es el que determina un 95 por ciento del comportamiento del ser humano.

En algún momento habló de Iluminación, ¿para qué alcanzarla?

¿Para qué vino usted a este mundo? ¿Cuál es el objetivo de su vida? ¿Ser feliz? Claro que la felicidad cada cual puede definirla de diferente manera. ¿Es tener cosas? ¿Es alcanzar grados académicos? ¿Es ser famoso? Usted va a definir la felicidad dependiendo de su nivel de desarrollo espiritual. Si usted es una persona materialista, la va a definir como la obtención de riqueza, prestigio o poder. Pero, para empezar, la felicidad es un estado interior que nadie me puede dar. Está en mí, y eso nos lleva a otro aspecto. Hay personas que no asumen nunca su responsabilidad y siempre están diciendo que son infelices porque la mujer les falló, porque el marido “les salió mal”; siempre están diciendo “si ella cambiara, yo sería feliz”, eso es infantilismo emocional. En realidad, yo uso lo que otra persona hace, dice o sienta para sentirme mal, pero no es la persona la que puede hacerme sentir mal a mí. Es como que usted toque una de mis cuerdas flojas, pero la cuerda floja es mía, no de quien me la tocó. Es una cuestión de elección.

(En el 2002, Luiz Tuchán lanzó su Manifiesto a los poetas escénicos en decadencia, un verdadero golpe agitador de las aguas teatrales. Cierro esta entrevista citando el último párrafo de ese documento: “Que cada quien camine por donde quiera, mientras su caminar sea producto de una decisión consciente y asuma la responsabilidad existencial, social e histórica de las consecuencias”).












En resumen

Luiz Tuchán Valle (Guatemala, 1945) es licenciado en Psicología por la Universidad de San Carlos de Guatemala.
Es maestro de Arte. Fue actor de los 5 a los 55 años de edad (renunció al teatro en el 2000).
Tiene un extenso currículo como director y ejecutor de programas psicológicos en centros educativos y entidades internacionales.

lunes, 19 de julio de 2010

Julio Fausto Aguilera/ El Hombre que ama el silencio

Por Juan Carlos Lemus

Estamos sentados en un jardín con el poeta Julio Fausto Aguilera. Es el interior de un hogar de ancianos donde vive desde hace año y medio; el tercer asilo donde ha estado en los últimos tiempos.
El sol planea y uno de los árboles nos da su sombra. El Premio Nacional de Literatura 2002 tiene 81 años. Se rompió la cadera hace seis meses, cuando cayó al tratar de encender la luz de su cuarto, pero camina con ayuda de un bastón de madera bien barnizada. “En el IGSS hicieron un buen trabajo”, me dice.

Leo para él algunos versos suyos y observo su rostro cuando escucha el poema Zapateros; le vienen deseos de decir algo. Es un poema de solo dos estrofas, que cierra con estas líneas: “Pobremente vivió./ Sin desear nunca riquezas/ y a la muerte enfrentó serenamente,/ seguro de otra vida/ más allá de la muerte”.

Sé que se refiere a su padre, José Luis Aguilera León, jalapaneco, quien además de músico aficionado era zapatero, sindicalista y buena persona. “Mi padre era zapatero —me dice, mirándome fijamente—, pero muy culto, muy instruido. Cuando murió, encontré en la bolsa de su saco una edición del Popol Vuh que había estado leyendo. Trabajaba día y noche porque, antes, en ese oficio, se ganaba muy poco. Y tenía que trabajar todo el tiempo para mantenernos. Era buena gente, nos proveía de lo necesario, a mí y a mis hermanos. Y mi madre fue una gran mujer (Felipa Alfaro de Aguilera); ella, además de gran cocinera, apoyó al Partido de Acción Solidaria que luchó por la candidatura de Jacobo Árbenz Guzmán”.

“A propósito de ese poema —le pregunto—, ¿cree usted que hay otra vida más allá de la muerte?”
“Pienso —dice— que la muerte solo es el paso a otra vida; sí, creo en la reencarnación, en el más allá. Creo que cuando uno se va es porque el alma se suelta, tranquila, y tiene oportunidad de hacer una nueva vida en otro hombre o en una mujer”.

En sus poemas no habla de reencarnación, sino de patria y de revolución. Es un poeta de arenga poética, que proclama “¡Muera la guerra! ¡Muera la muerte que trae la guerra!”, por eso, llama la atención que además haya escrito líneas como esta: “Amo las constelaciones,/ las galaxias,/ el Universo de Dios/ donde Él trabaja”.
“Así que un poeta revolucionario puede creer en Dios”, le digo.

“Por supuesto. Dios es un gran trabajador y todo el universo es hijo de Dios” —me dice, ya no como poeta, sino como un anciano poeta bajo el sol del jardín, que vale más—. Amo a Dios y le agradezco lo que ha hecho conmigo. Por eso, también digo en otra parte: Soy un hombre sencillo/ amo la inmensidad que me rodea,/ soy de los hombres que dijo Vallejo,/ los que tienen reloj y han visto a Dios... (Tose sobre su pañuelo y sigue hablando) Tengo un libro que no fue publicado y se titula Poemas a Dios”, revela.

Sigo la lectura. Leo unos versos de su más reciente publicación, la que data del 2005, que incluye poemas que le dictó a su hermana Josefina Aguilera, y que le costeó, me dice, su amigo José Antonio Móbil (1930).

Hay poemas dedicados a algunos de sus grandes amores. Por ejemplo, a Olga Valenzuela: “Respiramos el aire/ de aquella primavera,/ y tú, mi amor, tienes diecisiete años”. Otro, a Atala Valenzuela: “Sin arrullos, sin besos… Pura, fecunda, ansiosa,/ fuiste hecha para el polen, para el nido y su miel”.
Detengo la lectura, pues justo es preguntarle: “¿Qué tal de amores, Julio Fausto?”
“Tuve una vida amorosa bastante contradictoria, porque muchas mujeres me amaron y no las correspondí, y a las que yo quise no me correspondieron. Atala viene a verme seguido. Le escribí ese poema en el 54. La amé mucho. Ahora que estamos viejos, me dice que me ama, que siempre me ha amado…

También estuve enamorado de Olga Valenzuela, hermana de Atala. Cuando viene a verme, me dice que nunca le declaré mi amor y que si lo hubiera hecho habría caído rendida a mis pies… Pero sí que se lo declaré. Las dos fueron muy amigas mías, desde el año 1952. Éramos uña y carne”.

En la actualidad, Atala Valenzuela es una respetable decana del periodismo social; tiene 79 años y cuida, en su casa, de su hermana Olga, de 77. Las dos visitan, cuando pueden, al poeta. De hecho, Atala ha sido su gran amiga todos estos años y ha escrito importantes estudios y una biografía, aún inédita, de Aguilera.

De sus grandes amores, sin embargo, la que vivió con él durante ocho años fue Vidalia, una joven que falleció de cáncer a los 25, en 1984, cuando el escritor tenía 56. Para entonces, ya el padre de Julio Fausto había muerto, en 1979; su madre, en 1981 y ese mismo año también murió su hermano Rubén. Todo eso contribuyó a que Aguilera cayera en una profunda depresión que lo llevó al Hospital Psiquiátrico del IGSS, donde estuvo internado. De ese entonces recuerda el gran apoyo que le brindaron los médicos, especialmente su amigo el doctor Octavio Aguilar, quien lo ayudó a dejar la bebida, hace ya 25 años.

Otro poema suyo se titula Novia, y dice: “Se vestía de gala para mí/ los primeros de mayo,/ los quinces de septiembre y los veintes de octubre”. Esa “novia” es la Revolución de Octubre. “Todavía la amo —me dice—, a la Revolución. Para la acción militar del 20 de octubre yo tenía 16 años. No había primero de mayo que marchara en favor de los trabajadores. Asistía a todas las manifestaciones de apoyo al régimen revolucionario. Fueron 10 años de primavera democrática. En ese tiempo hubo libertad, democracia y apoyo a los trabajadores”.

Por ese tiempo escribió su más famoso poema, La patria que yo ansío. “Sí, lo escribí como yo concebía que se podía llamar a la patria, porque la patria es una casa, limpia, blanca”.

Julio Fausto recuerda con gratitud a todos sus amigos; especialmente, reconoce que le abrieron las puertas en El Imparcial. “A pesar de que yo era revolucionario, me publicaban todo. César Brañas era encargado de la página literaria y siempre me dio espacios. Cuando cerraron El Imparcial, publiqué en La Hora; en ese diario fui muy acogido por Óscar Marroquín, una gran persona; hasta hace cinco años publicaba mis poemas y mis artículos, todos los sábados; yo se los dictaba a mi hermana (Josefina), porque ya no podía escribir”.

Luego de hablar por largo rato, nos despedimos con Julio Fausto, con la promesa de volver al día siguiente.

Durante la nueva visita charlamos con el escritor en la sala del hogar de ancianos, porque la lluvia moja el pequeño jardín. Luce un saco negro. Es el mismo de siempre, un hombre sencillo y agradecido, encorvado sobre su bastón de madera. Me cuenta que comparte cuarto con otras dos personas, algo que, suponemos, ha de ser a ratos bastante difícil para un hombre que ama rotundamente el silencio.

“Aquí me atienden bien, me dan comida excelente; son unas grandes personas. Ya ve usted cómo vienen a abotonarme el saco. Hoy me bañaron, aunque yo no quería, porque había frío, pero me bañaron con agua caliente y me cayó bien. Con lo único con lo que sufro es con mi neurosis, tengo compulsiones, a veces hago rechazos, padezco de mucha tensión y tengo que tomar medicina que afortunadamente me da el IGSS. Me gusta el silencio; claro que me gusta la voz humana. Mis compañeros de cuarto platican, pero no me molesta. También me gusta la música. Cuando era joven, yo tocaba mandolina, marimba, guitarra, acordeón y piano. Sí… me gusta la música y la voz humana, pero, la verdad, amo el silencio”, enfatiza.

Su poema El Universo, poesía desnuda, termina con esta estrofa: “Amo toda la luz del Universo,/ y amo la noche con sus sombras,/ el silencio/ que acuna mis poemas./ Amo el Silencio”.

















Breve análisis de poema:


Usted y la poesía

“No me gusta la poesía”, dice usted.
No soporta leerla.
No la escucha.

Usted es un joven ingeniero químico.
Ama sus títulos y su trabajo.
Es neurótico, pero es cortés y afable.
Y franco, por lo visto.

La poesía bulle junto a usted.
Tranquilamente habla.
Está en sus probetas, en sus tubos,
En su matemática armoniosa.

Toda su vida de usted es poesía.
Usted construye el poema
Con su oficio,
Con su carácter y todas sus cosas,
Incluyendo su aversión a la poesía.

Julio Fausto Aguilera
(Guatemala, 1928)
Tomado de su libro Selección poética, Serviprensa, 2005.


Este poema de Julio Fausto, de aparente sencillez, se aproxima en mucho al grano hallado en textos universales que se refieren al nirvana, a la ausencia del Todo y al Todo.
La poesía no son las palabras —pareciera decirnos Fausto—, sino todo cuanto existe. Una especie de koan es este poema suyo, en el que contrapone las palabras a la acción de un ingeniero “neurótico”, “cortés y afable”, además de “franco”. Después de todo, también las palabras y los poetas pueden ser neuróticos y afables; lo que cambian son los medios de expresión (palabras-probetas-matemática), pero la esencia, si se es capaz de verla, como lo ha hecho Julio Fausto, es idéntica.
Es este un excelente poema difícilmente apreciado, hasta la fecha, con toda su brutal sencillez.







Julio Fausto Aguilera
Breve biografía
Nació en Jalapa, el 8 de septiembre de 1928.
Es Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias 2002.
Emeritissimum por la Facultad de Humanidades, de la Universidad de San Carlos de Guatemala.
A finales de 1960 cofundó el grupo Nuevo Signo, con los poetas Luis Alfredo Arango, Antonio Brañas, Francisco Morales Santos, Delia Quiñónez y José Luis Villatoro.
Entre sus libros: Canto y Mensaje (1960); Diez poemas fieles (1964); Mi buena amiga muerte y otros poemas vivos (1965); Poemas fidedignos (1967); Poemas guatemaltecos (1969); 30 poemas cortos (1974); Antigua como la muerte (1975); La patria es una casa (1954, libro por el que la APG le otorgó el Quetzal de Oro, en 1983); Selección poética (2005).
Lo mejor de su poesía fue publicado por la Dirección General de Bellas Artes, en un volumen titulado La patria es una casa, en el 2003.
“Quiero que mis amigos me visiten, que sepan que no he muerto”, dice el poeta.

lunes, 12 de julio de 2010

“La Historia puede crear ideología”

El doctor Enrique Gordillo Castillo explica la importancia que tiene la Historia para el fortalecimiento de la identidad nacional.


Juan Carlos Lemus


La Historia, como herramienta de estudio, es una espada de incontables filos, muchos de los cuales moldean el desarrollo de una nación, pero otros apuntan hacia su ignorancia. Lo que aprendemos en la escuela no es la verdad completa. Y sería imposible que lo fuera, pues nuestro pasado es tan amplio como complejo, abarca cinco siglos de mestizaje más los años prehispánicos. Además, unos cuantos educadores fueron los que se encargaron de cribar tantos años y de incluir en los libros de texto a los personajes que consideraron ilustres, así como los acontecimientos que, en su momento, pudieron ser muy distintos a lo que nos explica el maestro desde la pizarra.

A pesar de todo, los historiadores se encargan de aproximarnos lo mejor que pueden hacia la verdad histórica, pero dependen de las fuentes que, en muchos casos, han desaparecido en el curso de las décadas o los siglos.

El doctor en historia por la Universidad de Tulane, Nueva Orleáns, el guatemalteco Enrique Gordillo Castillo, es autor de varios libros sobre su especialidad. Sus enfoques y análisis tienen la frialdad necesaria para observar la historia nacional y describirla sin tomar partido ni intercalar sus juicios personales. Su acuciosidad lo ha llevado a contribuir con varios estudios para los más importantes centros de investigación sobre la historia del país.
En esta entrevista, Gordillo Castillo ofrece datos que nos permiten aproximarnos a los orígenes de lo que entendemos por identidad como nación; aborda la mitología criolla, descubre la jerarquía inscrita en nuestra moneda nacional y resalta la importancia de la Historia como instrumento de la ideología.


Es probable que muchos guatemaltecos entendamos por nacionalismo la solidaridad en caso de desastres, o la alegría compartida en un partido de futbol, pero, en realidad, ¿qué debemos entender?

El nacionalismo es sinónimo de identidad nacional, es la base ideológica de los Estados nacionales surgidos en contraposición con los Estados monárquicos en el siglo XIX. Se basa en la convicción de que personas que nunca se han visto y que probablemente nunca se verán comparten un territorio, un idioma, una cultura y unos ancestros. En sociedades multiétnicas, obviamente el grupo que ejerce el poder impone sus valores y también esos aspectos. Históricamente, las guerras también contribuyeron a crear identidades nacionales, porque obligaron a enfrentarse violentamente contra “los otros”. Modernamente, las competencias deportivas —como expresiones de guerras domesticadas— recrean esas identidades.

¿Cree que el Estado ha reproducido una identidad nacional?

Puedo responder a esa pregunta con una comparación que he usado en mis clases sobre cómo el Estado ha promovido oficialmente jerarquías étnicas. Los billetes tienen una jerarquía económica que va de Q100, Q50, Q20, Q10 y Q5 hasta Q0.50; eso se reproduce idénticamente en el esquema estatal que recrea el patriotismo criollo colonial.
Los billetes de a Q100 tienen la imagen de Francisco Marroquín, español y religioso; los de Q50, la de Carlos O. Zachrisson, un empresario de origen extranjero; los de Q20 tienen la imagen del criollo español Mariano Gálvez; los de Q10, la de Miguel García Granados, un español nacionalizado y terrateniente; los de Q5, la de Justo Rufino Barrios, un ladino de occidente, militar y cafetalero; los de Q1, la de José María Orellana, un ladino de oriente y militar, y finalmente, los billetes de 50 centavos tenían la efigie de Tecún Umán, el héroe nacional, indígena y militar. En resumen, el sitio más alto en la jerarquía corresponde al español religioso, y el de cincuenta centavos, al indígena.

Apoyado en sus estudios, ¿qué mentiras conocemos que nos haya enseñado la historia oficial? Por ejemplo, ¿es cierto que para la Independencia hubo cohetes y marimba?

Bueno, según algunos testigos, sí hubo cohetes y marimba, con el objetivo de presionar a los notables para que decidieran a favor de la Independencia y la anexión a México. Sin embargo, otros afirman que no hubo mayor algarabía, porque ese día cayó un tremendo aguacero y todo mundo se fue a su casa. La tergiversación se encuentra más bien en difundir la versión de que se trató de una acción pacífica lograda por consenso, cuando, en realidad, hubo conflictos muy serios que condujeron a las guerras de la federación y al desmembramiento del Reino de Guatemala en cinco pequeños países. Guatemala envió un ejército a someter a los salvadoreños que se opusieron a la anexión.

¿Puede la historia ser un hecho liberador?

Claro, y yo creo que estamos en el mejor momento para revalorar la historia académica, porque el paradigma de la homogeneización del Estado nacional fracasó. En la actualidad, no solo se reconoce, sino que se valora la diversidad étnica y cultural. Ya no es necesario tergiversar los hechos del pasado para crear falsas imágenes de una sociedad homogénea. Siempre hemos sido una sociedad diversa, con muchos problemas históricos —que no se crearon en un día—, y efectivamente, la Historia busca entender por qué las cosas son como son. El objetivo es ese, entender por qué somos como somos.

¿Cuál es la diferencia entre la Historia oficial y la académica?

La Historia oficial es la que se construye y se difunde desde el poder. En consecuencia, todas las historias patrias, historias nacionales o historias de bronce que se han difundido por el sistema educativo nacional (y digo “nacional”, entre comillas) se pueden considerar oficiales. En su mayor parte cumplen con el objetivo de promover el ideal nacional. En consecuencia, no son necesariamente académicas, porque el objetivo es ideológico. La historia académica, por otra parte, tiene la pretensión de acercarse a la verdad. Aunque siempre hay debates y diferentes puntos de vista, estos están sustentados con evidencia empírica.

¿Está de acuerdo en que la historia es un arma ideológica poderosa?

Por supuesto. La Historia es el arma ideológica más poderosa, porque puede crear ideología. Los sucesos del 11 de septiembre en los Estados Unidos mostraron lo que los seres humanos somos capaces de hacer por un ideal nacional. Ese día, un grupo de personas fueron capaces de inmolarse e inmolar a otras que no conocían, siguiendo determinados ideales. Para unos son terroristas, y para los otros son héroes.

Las historia oficial es tendenciosa, porque inyecta ideología. ¿Cuál es la nuestra, si tomamos en cuenta que la heredamos de pedagogos muchas veces ubiquistas?

Lamentablemente, el ideal nacional que se difundió en Guatemala no consideraba a la población indígena viva como “un elemento de progreso”, en palabras de José Antonio Villacorta, quien fue ministro de Educación de Ubico. A finales de los años 30, el mismo Villacorta empezó a plantear el ideal de nación basado en el mestizaje, probablemente por la influencia mexicana. Planteó una nueva versión de la historia de Guatemala, que recuperaba la historia indígena durante el período colonial como uno de los componentes positivos del mestizaje. No obstante que se promovió como proyecto oficial, como puede verse en los murales del Palacio Nacional, el mestizaje no fue aceptado como el ideal nacional —que siguió siendo el del ladino, entendido como todo aquel que no era indígena—. En consecuencia, todas las historias patrias se basan en mitos que tergiversan los hechos con el objetivo de promover la homogeneidad.

¿Podría citar ejemplos de tales mitos?

Entre los clásicos, podría extenderme en el que mencioné, de la Independencia y la anexión a México. El mito dice que “fue un proceso pacífico, espontáneo, que se logró por consenso unánime, sin derramamiento de sangre, de los grandes hombres de la época, los próceres”. En realidad, el movimiento se hizo siguiendo el Plan pacífico de Independencia elaborado y promovido por la familia Aycinena, con el apoyo de intelectuales liberales como Pedro Molina, Mariano de Beltranena y José Francisco Barrundia. El objetivo del plan era mantener el status quo político con los privilegios de los comerciantes guatemaltecos. Los autores del plan estaban conscientes de que los añileros de San Salvador y los ganaderos de Nicaragua querían terminar con el monopolio de los comerciantes guatemaltecos. Por esa razón, para realizar el plan, solicitaron apoyo militar a Agustín de Iturbide, ofreciéndole la anexión del Reino de Guatemala a México. Antes que independizarse de España y México, las provincias querían independizarse de Guatemala.
Otro mito es la Reforma Liberal. Se dice que el período que se inició en 1871 generó gran desarrollo, por obra de un gran hombre, “el Reformador” Justo Rufino Barrios. En los billetes de Q5 dice: “El General Justo Rufino Barrios estableció la enseñanza primaria, gratuita, laica y obligatoria”. En realidad, seguimos arrastrando el enorme saldo de analfabetismo. A propósito, en el actual gobierno se promueve como el logro más grande la gratuidad de la educación. En realidad, Justo Rufino Barrios delegó en los finqueros la responsabilidad estatal de brindar educación, y estos, obviamente, no cumplieron con establecer escuelas en las fincas. En cuanto al desarrollo del país, efectivamente se dio un crecimiento económico de ciertos grupos, pero a costa del trabajo forzado y la expropiación de tierras de los indígenas.

¿No es así que la Academia de Geografía e Historia de Guatemala ofrece la versión criolla de la historia de Guatemala?

En realidad, me parece que fueron los intelectuales guatemaltecos de los primeros cincuenta años del siglo XX, varios de ellos vinculados a la Sociedad de Geografía e Historia, quienes recrearon como identidad nacional guatemalteca una variante del patriotismo criollo colonial. El más influyente fue Villacorta, pero también hay que recordar que los nombres de las universidades, tanto la nacional como las privadas, también recrean el patriotismo criollo, me refiero a las universidades de San Carlos, Francisco Marroquín, Rafael Landívar, Del Valle y Mariano Gálvez.

Finalmente, ¿trajo algún beneficio el establecimiento de la ciudadanía universal en la Constitución de 1824?

Efectivamente, la ciudadanía fue instaurada desde 1824; sin embargo, a partir de 1829 empezó a limitarse con criterios económicos. Eran ciudadanos únicamente aquellos hombres que tuvieran rentas o bienes suficientes para ejercerla, decía: “con responsabilidad”. En 1838 se agregó el criterio de exclusión étnica; en 1871 se excluyó a los analfabetas; en 1945 se incluyó por primera vez a las mujeres, pero en 1965 se excluyó a los comunistas. Total, podemos hablar de ciudadanía universal hasta la Constitución de 1985.





Perfil

Enrique Gordillo Castillo, guatemalteco, es máster y doctor en historia, por la Universidad de Tulane, Nueva Orleans, Estados Unidos.
Licenciado en Historia por la Universidad de San Carlos de Guatemala.
Ha formado parte del Centro de Investigaciones Regionales de Mesoamérica (Cirma), de la Asociación de Investigación y Estudios Sociales (Asíes), del Centro de Estudios Urbanos y Regionales (Ceur).
Actualmente, es jefe del Departamento de Investigación de la División de Desarrollo Académico de la Dirección General de Docencia, en la Universidad de San Carlos.
Es docente de programas de posgrado en Flacso, la Usac y la Upana.
Es autor de varios libros, entre ellos:
Guía general de estilo para la presentación de trabajos académicos (2002).
Hacia la formación De “Alma Nacional”: José Antonio Villacorta Calderón y la Historia de Guatemala (1915-1962).
Severo Martínez Peláez y la Ciencia Revolucionaria Guatemalteca (2000).