lunes, 19 de julio de 2010

Julio Fausto Aguilera/ El Hombre que ama el silencio

Por Juan Carlos Lemus

Estamos sentados en un jardín con el poeta Julio Fausto Aguilera. Es el interior de un hogar de ancianos donde vive desde hace año y medio; el tercer asilo donde ha estado en los últimos tiempos.
El sol planea y uno de los árboles nos da su sombra. El Premio Nacional de Literatura 2002 tiene 81 años. Se rompió la cadera hace seis meses, cuando cayó al tratar de encender la luz de su cuarto, pero camina con ayuda de un bastón de madera bien barnizada. “En el IGSS hicieron un buen trabajo”, me dice.

Leo para él algunos versos suyos y observo su rostro cuando escucha el poema Zapateros; le vienen deseos de decir algo. Es un poema de solo dos estrofas, que cierra con estas líneas: “Pobremente vivió./ Sin desear nunca riquezas/ y a la muerte enfrentó serenamente,/ seguro de otra vida/ más allá de la muerte”.

Sé que se refiere a su padre, José Luis Aguilera León, jalapaneco, quien además de músico aficionado era zapatero, sindicalista y buena persona. “Mi padre era zapatero —me dice, mirándome fijamente—, pero muy culto, muy instruido. Cuando murió, encontré en la bolsa de su saco una edición del Popol Vuh que había estado leyendo. Trabajaba día y noche porque, antes, en ese oficio, se ganaba muy poco. Y tenía que trabajar todo el tiempo para mantenernos. Era buena gente, nos proveía de lo necesario, a mí y a mis hermanos. Y mi madre fue una gran mujer (Felipa Alfaro de Aguilera); ella, además de gran cocinera, apoyó al Partido de Acción Solidaria que luchó por la candidatura de Jacobo Árbenz Guzmán”.

“A propósito de ese poema —le pregunto—, ¿cree usted que hay otra vida más allá de la muerte?”
“Pienso —dice— que la muerte solo es el paso a otra vida; sí, creo en la reencarnación, en el más allá. Creo que cuando uno se va es porque el alma se suelta, tranquila, y tiene oportunidad de hacer una nueva vida en otro hombre o en una mujer”.

En sus poemas no habla de reencarnación, sino de patria y de revolución. Es un poeta de arenga poética, que proclama “¡Muera la guerra! ¡Muera la muerte que trae la guerra!”, por eso, llama la atención que además haya escrito líneas como esta: “Amo las constelaciones,/ las galaxias,/ el Universo de Dios/ donde Él trabaja”.
“Así que un poeta revolucionario puede creer en Dios”, le digo.

“Por supuesto. Dios es un gran trabajador y todo el universo es hijo de Dios” —me dice, ya no como poeta, sino como un anciano poeta bajo el sol del jardín, que vale más—. Amo a Dios y le agradezco lo que ha hecho conmigo. Por eso, también digo en otra parte: Soy un hombre sencillo/ amo la inmensidad que me rodea,/ soy de los hombres que dijo Vallejo,/ los que tienen reloj y han visto a Dios... (Tose sobre su pañuelo y sigue hablando) Tengo un libro que no fue publicado y se titula Poemas a Dios”, revela.

Sigo la lectura. Leo unos versos de su más reciente publicación, la que data del 2005, que incluye poemas que le dictó a su hermana Josefina Aguilera, y que le costeó, me dice, su amigo José Antonio Móbil (1930).

Hay poemas dedicados a algunos de sus grandes amores. Por ejemplo, a Olga Valenzuela: “Respiramos el aire/ de aquella primavera,/ y tú, mi amor, tienes diecisiete años”. Otro, a Atala Valenzuela: “Sin arrullos, sin besos… Pura, fecunda, ansiosa,/ fuiste hecha para el polen, para el nido y su miel”.
Detengo la lectura, pues justo es preguntarle: “¿Qué tal de amores, Julio Fausto?”
“Tuve una vida amorosa bastante contradictoria, porque muchas mujeres me amaron y no las correspondí, y a las que yo quise no me correspondieron. Atala viene a verme seguido. Le escribí ese poema en el 54. La amé mucho. Ahora que estamos viejos, me dice que me ama, que siempre me ha amado…

También estuve enamorado de Olga Valenzuela, hermana de Atala. Cuando viene a verme, me dice que nunca le declaré mi amor y que si lo hubiera hecho habría caído rendida a mis pies… Pero sí que se lo declaré. Las dos fueron muy amigas mías, desde el año 1952. Éramos uña y carne”.

En la actualidad, Atala Valenzuela es una respetable decana del periodismo social; tiene 79 años y cuida, en su casa, de su hermana Olga, de 77. Las dos visitan, cuando pueden, al poeta. De hecho, Atala ha sido su gran amiga todos estos años y ha escrito importantes estudios y una biografía, aún inédita, de Aguilera.

De sus grandes amores, sin embargo, la que vivió con él durante ocho años fue Vidalia, una joven que falleció de cáncer a los 25, en 1984, cuando el escritor tenía 56. Para entonces, ya el padre de Julio Fausto había muerto, en 1979; su madre, en 1981 y ese mismo año también murió su hermano Rubén. Todo eso contribuyó a que Aguilera cayera en una profunda depresión que lo llevó al Hospital Psiquiátrico del IGSS, donde estuvo internado. De ese entonces recuerda el gran apoyo que le brindaron los médicos, especialmente su amigo el doctor Octavio Aguilar, quien lo ayudó a dejar la bebida, hace ya 25 años.

Otro poema suyo se titula Novia, y dice: “Se vestía de gala para mí/ los primeros de mayo,/ los quinces de septiembre y los veintes de octubre”. Esa “novia” es la Revolución de Octubre. “Todavía la amo —me dice—, a la Revolución. Para la acción militar del 20 de octubre yo tenía 16 años. No había primero de mayo que marchara en favor de los trabajadores. Asistía a todas las manifestaciones de apoyo al régimen revolucionario. Fueron 10 años de primavera democrática. En ese tiempo hubo libertad, democracia y apoyo a los trabajadores”.

Por ese tiempo escribió su más famoso poema, La patria que yo ansío. “Sí, lo escribí como yo concebía que se podía llamar a la patria, porque la patria es una casa, limpia, blanca”.

Julio Fausto recuerda con gratitud a todos sus amigos; especialmente, reconoce que le abrieron las puertas en El Imparcial. “A pesar de que yo era revolucionario, me publicaban todo. César Brañas era encargado de la página literaria y siempre me dio espacios. Cuando cerraron El Imparcial, publiqué en La Hora; en ese diario fui muy acogido por Óscar Marroquín, una gran persona; hasta hace cinco años publicaba mis poemas y mis artículos, todos los sábados; yo se los dictaba a mi hermana (Josefina), porque ya no podía escribir”.

Luego de hablar por largo rato, nos despedimos con Julio Fausto, con la promesa de volver al día siguiente.

Durante la nueva visita charlamos con el escritor en la sala del hogar de ancianos, porque la lluvia moja el pequeño jardín. Luce un saco negro. Es el mismo de siempre, un hombre sencillo y agradecido, encorvado sobre su bastón de madera. Me cuenta que comparte cuarto con otras dos personas, algo que, suponemos, ha de ser a ratos bastante difícil para un hombre que ama rotundamente el silencio.

“Aquí me atienden bien, me dan comida excelente; son unas grandes personas. Ya ve usted cómo vienen a abotonarme el saco. Hoy me bañaron, aunque yo no quería, porque había frío, pero me bañaron con agua caliente y me cayó bien. Con lo único con lo que sufro es con mi neurosis, tengo compulsiones, a veces hago rechazos, padezco de mucha tensión y tengo que tomar medicina que afortunadamente me da el IGSS. Me gusta el silencio; claro que me gusta la voz humana. Mis compañeros de cuarto platican, pero no me molesta. También me gusta la música. Cuando era joven, yo tocaba mandolina, marimba, guitarra, acordeón y piano. Sí… me gusta la música y la voz humana, pero, la verdad, amo el silencio”, enfatiza.

Su poema El Universo, poesía desnuda, termina con esta estrofa: “Amo toda la luz del Universo,/ y amo la noche con sus sombras,/ el silencio/ que acuna mis poemas./ Amo el Silencio”.

















Breve análisis de poema:


Usted y la poesía

“No me gusta la poesía”, dice usted.
No soporta leerla.
No la escucha.

Usted es un joven ingeniero químico.
Ama sus títulos y su trabajo.
Es neurótico, pero es cortés y afable.
Y franco, por lo visto.

La poesía bulle junto a usted.
Tranquilamente habla.
Está en sus probetas, en sus tubos,
En su matemática armoniosa.

Toda su vida de usted es poesía.
Usted construye el poema
Con su oficio,
Con su carácter y todas sus cosas,
Incluyendo su aversión a la poesía.

Julio Fausto Aguilera
(Guatemala, 1928)
Tomado de su libro Selección poética, Serviprensa, 2005.


Este poema de Julio Fausto, de aparente sencillez, se aproxima en mucho al grano hallado en textos universales que se refieren al nirvana, a la ausencia del Todo y al Todo.
La poesía no son las palabras —pareciera decirnos Fausto—, sino todo cuanto existe. Una especie de koan es este poema suyo, en el que contrapone las palabras a la acción de un ingeniero “neurótico”, “cortés y afable”, además de “franco”. Después de todo, también las palabras y los poetas pueden ser neuróticos y afables; lo que cambian son los medios de expresión (palabras-probetas-matemática), pero la esencia, si se es capaz de verla, como lo ha hecho Julio Fausto, es idéntica.
Es este un excelente poema difícilmente apreciado, hasta la fecha, con toda su brutal sencillez.







Julio Fausto Aguilera
Breve biografía
Nació en Jalapa, el 8 de septiembre de 1928.
Es Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias 2002.
Emeritissimum por la Facultad de Humanidades, de la Universidad de San Carlos de Guatemala.
A finales de 1960 cofundó el grupo Nuevo Signo, con los poetas Luis Alfredo Arango, Antonio Brañas, Francisco Morales Santos, Delia Quiñónez y José Luis Villatoro.
Entre sus libros: Canto y Mensaje (1960); Diez poemas fieles (1964); Mi buena amiga muerte y otros poemas vivos (1965); Poemas fidedignos (1967); Poemas guatemaltecos (1969); 30 poemas cortos (1974); Antigua como la muerte (1975); La patria es una casa (1954, libro por el que la APG le otorgó el Quetzal de Oro, en 1983); Selección poética (2005).
Lo mejor de su poesía fue publicado por la Dirección General de Bellas Artes, en un volumen titulado La patria es una casa, en el 2003.
“Quiero que mis amigos me visiten, que sepan que no he muerto”, dice el poeta.

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